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16-11-2014|16:50|Lesa Humanidad TucumánProvinciales
La megacausa conocida como Villa Urquiza tiene 43 víctimas

Juicio por el Pabellón de la muerte: fragmentos de un rompecabezas

Continúan las audiencias por los delitos de lesa humanidad cometidos en el penal de Villa Urquiza entre 1975 y 1983. Las querellas y la fiscalía insisten en recordar que este proceso judicial se trata, también, de una búsqueda de verdad, de reconstruir una historia: develar lo sucedido en el "Pabellón de la muerte".

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Por: Gabriela Cruz, desde Tucumán

“Desde donde estábamos sentíamos como limpiaban y limpiaban. Después, cuando entramos sentimos la humedad y se veían manchones de sangre en las paredes que le habían tirado agua para limpiarla”, le contó al tribunal Gustavo Herrera. Herrera fue uno de los testigos que declararon la semana pasada en el décimo juicio por delitos de lesa humanidad que se lleva adelante en Tucumán. Los hechos sobre los que aquí se habla son los que sucedieron en el penal de Villa Urquiza entre 1975 y 1983. En ese momento, según busca probar la fiscalía y las querellas, la cárcel era un eslabón entre los centros clandestinos de detención y la precaria legalidad en el marco del terrorismo de Estado.

La narración que hizo el testigo corresponde al mes de mayo de 1976, al día del supuesto motín en el que fuera asesinado uno de los detenidos en calidad de ‘subversivos’. El día que José Cayetano Torrente, según señalan los testimonios, fue degollado. Todos los que describieron la escena coincidieron en que había un ex policía, de apellido Córdoba, que estaba en la fila para recibir la comida. Que el hombre en cuestión estaba muy nervioso. Que quien estaba a cargo del servicio era Juan Carlos Medrano. Que Córdoba tiró la olla con comida al suelo y a los pocos segundos la guardia estaba adentro, reprimiéndolos. “Fue una cosa muy evidentemente preparada”, señaló Gustavo Herrera.

Lo que siguió también fue contado por varios testigos y las coincidencias se mantienen. Lo que cambia son detalles que cada uno, desde el lugar en el que estuvo, puede aportar. Gustavo, por ejemplo, pudo ver a Pedro Fidel García (uno de los imputados), separar a Torrente del grupo de presos que eran sacados al patio. Esa escena es la última en la que ve a quien fuera su compañero hasta ese día. Después solo supo lo que le contó otro de los detenidos: JP Soria. Soria se había escondido y había quedado en el pabellón cuando todos los reclusos fueron reprimidos y sacados al pario. Cuando lo descubrieron lo mandaron al calabozo y de allí volvió, según recuerda Gustavo, muy parco. Sin embargo les contó que aquel día vio cuando degollaban a Torrente, escuchó el ruido de la sangre salir a borbotones. La misma sangre que manchara las paredes que, con tanto empeño, intentaron limpiar.

A Delfín Vera lo llamaron para que haga el acta de defunción de José Cayetano Torrente. Vera era uno de los médicos del penal y recordó en la sala de audiencias que encontró el cuerpo en un charco de sangre. En el certificado había escrito que la víctima “murió por hemorragia producida por arma blanca” y que recomendó se realice una autopsia para determinar cuál de las tantas heridas que tenía era la que le había causado la muerte.

El cuerpo de José Cayetano fue entregado a su familia en el cementerio del Norte. Sus tres hermanas acompañaron a su madre a reconocer el cuerpo de su hijo. Ninguna de las tres mujeres quiso ver el cuerpo, pero vieron a la mujer que les había dado la vida salir con la sangre de su hermano en las manos. “Pensamos que ahí (el penal de Villa Urquiza) ya estaba custodiado, que ya no iba a pasar nada”, dijo Virginia Torrente. Virginia, Juliana y Carmen dieron su testimonio el miércoles pasado y hablaron del secuestro de su hermano. Ese día se los llevaron a los cuatro. Ellas estuvieron un tiempo en la Escuelita de Famaillá y luego fueron liberadas. De él no habían tenido más noticias hasta que les informaron que estaba detenido en el penal. Allí pudieron verlo un par de veces hasta que, después del golpe de Estado en marzo de 1976, las visitas fueron restringidas.

La segunda muerte

Después de aquel supuesto motín los detenidos a los que llamaban ‘subversivos’, que estuvieron hasta ese momento en el pabellón de encausados, fueron trasladados a otro lugar dentro del mismo penal: ‘el pabellón de la muerte’. Allí las celdas se disponían de un lado de manera individual y del otro compartidas por dos o tres personas. “Ojo”, estaba escrito con tiza y era la manera de indicar que los que estaba solos eran los presos con los que había que tener cuidado. “Semi ojo”, rezaba el otro cartel señalando los que serían menos ‘peligrosos’.

Ya se encontraban en ese lugar y con las condiciones de reclusión mucho más endurecidas cuando el 8 de julio fueron sacados en medio de la noche. Los raparon y los obligaron a desnudarse y bañarse con agua fría. No los dejaron que terminaran de hacerlo y con el cuerpo enjabonado les hicieron correr, arrastrarse, saltar. Les soltaron los perros. Las risas de los guardiacárceles, los gritos de angustia y los ladridos quedaron guardados en la memoria de Gustavo Herrera que dio detalles de esa noche. Al día siguiente les dijeron que les iban a poner una vacuna antigripal. “No había creído mucho en la versión que nos iban a cuidar”, señaló Herrera ante el tribunal. “Por la manera en que nos habían tratado, nos tenían tirados en el suelo y ¿ahora nos iban a cuidar con una antigripal?”, reflexionó el testigo.

Gustavo no es el primer sobreviviente que habla de esa supuesta vacuna. Tampoco es el primero que asegura no haberse dejado colocar el inyectable porque ‘sintió’ que era una mentira. “Vi muy cerca la muerte”, sostuvo en su testimonio. El que sí permitió que le aplicaran el mentado medicamento fue Juan Carlos Suter. A Juan Carlos lo sacaron de su celda ese mismo 9 de julio. “Me llamó la atención que se llevara su colchón”, comentó Herrera. Y esa fue la última vez que lo vio.

Delfín Vera, el médico que fue llamado para certificar el deceso de José Cayetano Torrente, también fue convocado en esta ocasión. En su declaración, el médico contó que encontró el cuerpo de Juan Carlos Suter, sin vida, en una cama. “Murió de neumonía”, le dijeron los celadores. “A mí no me consta que haya sido Neumonía”, recordó Vera que les había dicho y que también recomendó una autopsia. Delfín Vera negó que en el penal se hayan realizado campañas de prevención gripal por medio de inyectables y aseguró que cuando lo llevaron a ver el cuerpo de Suter, este tenía entre 5 y 10 horas sin vida.

Fragmentos que son historias de vida

Que las narraciones se acoten a lo sucedido en el penal de Villa Urquiza, es uno de los reiterados pedidos que la defensa oficial hace. Las querellas y la fiscalía insisten en recordar que este proceso judicial se trata, también, de una búsqueda de verdad, de reconstruir una historia. Una historia que se va armando como un rompecabezas. La parte acusadora sostiene que acotar los relatos a los claustros del penal significa separar lo que allí sucedía de todo el circuito represivo y desconocer el rol que la institución carcelaria jugó en ese circuito. Además de cercenar el derecho de contar la propia historia que cientos de testigos guardaron por casi 40 años.

Todas las víctimas cuentan cómo llegaron a la cárcel de Villa Urquiza. Ninguno habla de una detención oficial. Todos afirman haber sido secuestrados, vendados y atados. Pasaron por más de un centro clandestino de detención, llámese ‘Escuelita de Famaillá’, Escuela Universitaria de Educación Física (EUDEF), Jefatura de Policía, Arsenal Miguel de Azcuénaga. Todos llegaron al penal torturados pero allí, en ese lugar donde se suponía eran detenidos legales, las torturas solo cambiaron de forma.

Allí, algunos nombres les eran familiares de otros lugares donde estuvieron antes, como el de Roberto Heriberto Albornoz. Otros eran nuevos y con el tiempo se hicieron conocidos. Hoy los repiten, los reconocen, los asocian a un apodo y a una característica: ‘muy golpeador’, ‘el peor de todos’, ‘no golpeaba tanto’. Los varones hablan de los dos pabellones. No deja de sorprender las coincidencias de esos relatos. Coincidencias inevitables cuando es la verdad la que habla. Las mujeres recuerdan los niños, los embarazos, los partos, la relación que se tejió entre ellas. La solidaridad. En cada audiencia los nombres propios se repiten en boca de decenas de testigos.

Este martes 18 los testimonios seguirán armando, en fragmentos, la historia más completa que puedan. El miércoles, el juicio se trasladará al penal de Villa Urquiza y esas palabras y las coincidencias tomarán, quizás, otra forma. Y la verdad se hará más objetiva en paredes y espacios, en construcciones pero también en las modificaciones que se hayan realizado. Que lo que allí sucedía tenía una íntima relación con lo que sucedía afuera, es lo que fiscales y querellantes quieren dejar claro. Que el penal de Villa Urquiza funcionaba para los detenidos ‘subversivos’, como se los había denominado, un régimen con las mismas características que un lugar clandestino de represión y tortura, será lo que los testimonios seguirán demostrando.
 

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