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La persecución de algunos medios de comunicación a Nazarena Vélez después de la muerte de su esposo busca justificación en una “necesidad y derecho de informar” que se convierte en muletilla. El derecho a la libertad de expresión tiene sus límites: el derecho a la intimidad, es uno de ellos.
Los canales América y Crónica difundieron ayer imágenes que no deberíamos haber visto. Aunque es previsible que la “guardia periodística” haya sido mucho mayor, estos dos canales cruzaron el límite que los deudos de Fabián Rodríguez pusieron a la difusión de su dolor.
Recordemos que Fabián Rodríguez, casado con la actriz Nazarena Vélez, murió el lunes 24. Las circunstancias que pueden rodear un suicidio despertaron todo tipo de especulaciones mediáticas y las pantallas se poblaron de psicólogos y opinadores dispuestos a dar definiciones precisas a cambio de cinco minutos de “aire”.
Y si Nazarena Vélez construyó su imagen pública a partir de horas y vida privada entregadas al periodismo de espectáculo, ayer las puertas de la sala velatoria Malabia, donde Rodríguez recibía su última despedida, estaban cerradas: a las cámaras, a los intrusos, a los mirones, a todo lo que no esté contemplado en la palabra “familia y amigos”.
El art. 1071 bis. del Código Civil establece que “El que arbitrariamente se entrometiere en la vida ajena, publicando retratos, difundiendo correspondencia, mortificando a otros en sus costumbres o sentimientos, o perturbando de cualquier modo su intimidad (…) será obligado a cesar en tales actividades, si antes no hubieren cesado, y a pagar una indemnización que fijará equitativamente el juez, de acuerdo con las circunstancias”. Una comunicación democrática y respetuosa de los derechos humanos debería memorizar este artículo.
Se escuchaba la voz de la periodista del canal Crónica leyendo un mensaje –aparentemente de la familia del fallecido– que decía: “Queremos que puedan entrar nuestra familia y amigos”. Y la movilera agrega “Este mensaje se puede leer de varias maneras, teniendo en cuenta las reacciones”. El plano de la cámara comienza a buscar el ojo de la cerradura para mostrar lo que expresamente se quería ocultar: el dolor de una familia. Que si cerró las puertas a los medios lo hizo en su derecho a la intimidad, ayer vulnerada.
Los gritos de Nazarena fueron tomados por el canal América para el noticiero del mediodía. El periodista a cargo decidió apoyar el micrófono en la puerta para tomar el audio del otro lado. La fascinación por las imágenes en directo constituyen lo que Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique llamó la “ideología del directo y del tiempo real” donde no se busca informar sino “enseñar la historia en marcha o, en otras palabras, hacer asistir al acontecimiento… Esto supone que la imagen del acontecimiento (o su descripción) es suficiente para darle todo su significado”. Del lado del piso del canal, los conductores, productores televisivos y demás involucrados demandan el chorro catódico que los trabajadores apostados en la puerta de la sala velatoria puedan enviar y que implique, además, un extra respecto de sus competidores. Cuando los medios de comunicación avanzan en la confección de manuales de estilo, lo hacen en general impulsados por sus propios periodistas para cuidar la información que se da, pero también para prevenir transgresiones a la ética periodística y resguardar sus puestos de trabajo.
El titular de la cátedra de Derecho a la Información de la Universidad de Quilmes, Esteban Rodríguez Alzueta dice al respecto que “el derecho a la libertad de expresión es un derecho relativo que hay que pensarlo en relación con otros derechos: el derecho a la intimidad, a la imagen propia, a no ser molestado”.
Las imágenes robadas a la intimidad también invitan a otro debate. La ley de protección integral a las mujeres protege la dignidad de las mismas, reclama un trato igualitario e intenta prevenir las violencias que se ejercen sobre ellas. Difícil es precisar hasta qué punto Nazarena fue avasallada ayer a las 12.30 del mediodía.
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