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5-11-2014|16:46|Lesa Humanidad Opinión
Botinelli publicó en 1979 la nota titulada "Habla la madre de un subversivo"

Un periodista procesado pero los dueños de los medios siguen zafando

El juez Sergio Torres procesó al ex editor de Para Ti por falsear el contenido de una entrevista a Thelma Jara de Cabezas, que estaba secuestrada en la ESMA. Eduardo Blaustein analiza cómo actúo la Justicia: resolviéndolo como un "caso", sin fallar sobre "la tragedia de fondo".

 

Recibí la noticia del procesamiento de (… ¿periodista? lamentablemente sí) Agustín Botinelli, ex editorial Atlántida, por Facebook. Acaso excesivamente amarga, mi primera reacción posteante fue esta: subrayar que la Justicia falló en el asunto tal como el periodismo resuelve las cosas: un “caso” y no lo estructural del asunto, la tragedia de fondo, la responsabilidad y complicidad de los medios argentinos, a través de sus conducciones empresarias y editoriales, con la dictadura. Es decir: se condena a un periodista, silencio sobre lo demás, descontextualización, ahistoricidad.

Agustín Botinelli, me cuenta un colega que entró en editorial Atlántida a fines de la dictadura, no era un perejil en aquellos años horrorosos de la editorial (cómo llamar a los siguientes: empobrecedores, reaccionarios). Mantenía una relación estrecha con Aníbal Vigil, con Samuel “Memoria” Gelblung (todo un espantoso caso de continuidades entre el horror y el estado presente del periodismo), con Lucrecia Gordillo, con Alfredo Serra, estrellas y jerárquicos de las revistas de la editorial. Ellos eran algo así como el think tank de Atlántida, si es que puede acudirse a esa expresión en una editorial que en los años del terror alternaba bikinis, tapas para Susana Giménez o Guillermo Vilas y horror puro. Frivolidad y la portada dedicada a Norma Arrostito que decía en letras de molde castrenses “MUERTA”, más la foto de prontuario de Arrostito (que seguía con vida en la ESMA). Editorial Atlántida solemnísima y ultra católica en sus páginas editoriales a la hora de dar la batalla contra la subversión (que si la infiltración marxista en la Iglesia, que si sabe usted dónde están sus hijos, que las postales de Para Ti contra la “campaña antiargentina”) pero festejando la muerte ajena, a contramano de ese catolicismo presunto.

Y bien, la noticia dice que a Agustín Bottinelli el juez Sergio Torres lo procesó por el delito de “coacción”. Fue por publicar en 1979 la ya célebre entrevista a Thelma Jara de Cabezas, quien se encontraba desaparecida en la ESMA y era presentada en una nota “como la madre de un subversivo muerto”. El odioso título que muchos recuerdan: “Habla la madre de un subversivo”, más el detalle singular, autoconciente, el espanto de la volanta: “Derechos Humanos”. Thelma era presentada como “una arrepentida que describía cómo la guerrilla había engañado a su hijo”. Hubo mucho de eso: hubo la tristísima nota de Clarín presentando algún presunto centro de detención limpito y bien acondicionado como un ejemplo de reeducación para los desviados. Y (Jorge) Fontevecchia negando la existencia misma de la ESMA, de puño y letra.

Botinelli, dice el despacho de la agencia Télam, “se convirtió en el primer periodista procesado por un caso de lesa humanidad”. Cierto. Añade el compañerazo y colega Pablo Llonto que la decisión constituye “un paso enorme en favor de la verdad”. Cierto también.

Pero me sigo preguntando: ¿y qué de la responsabilidad política y jurídica de los superiores de Botinelli, de los jefes de redacción, de los propietarios de Atlántida? Aquella nota suya, aunque perversa, es apenas una entre mil canalladas periodísticas generadas con entusiasmo por el 99% de la prensa argentina de la época. Se sabe de las excepciones: Robert Cox en el Herald, Walsh desde su militancia montonera, un periódico de la comunidad irlandesa, Oscar Raúl Cardoso, mucho después, desde Clarín, trayendo y llevando las denuncias sobre violaciones a los Derechos Humanos venidas desde el exterior. Carlitos Rodríguez, un histórico de Página/12, haciendo lo mismo desde una agencia humilde o desde la pura militancia o compromiso, trayendo información  como se pudiera, con escasísimas chances de que nuestros medios publicaran nada. Viudas de desaparecidos recortando notas de los diarios y contrabandeándolas desde el centro del pánico para que los amigos y compañeros, exiliados en Madrid,  o en México DF, o en París, pudieran armar de manera artesanal eso que Horacio Verbitsky, siglos después, llamó el mapa, o el rompecabezas del horror, y para que desde el exilio armaran sus revistitas de denuncia, sus modos de encontrar solidaridades sociales o gubernamentales.

Y Atlántida, editorial Atlántida… En mis trabajos sobre el comportamiento de la prensa argentina en dictadura siempre me costó encontrar al “peor”. ¿Fue lo peor el diario La Razón convertido en brazo mediático de la inteligencia del Ejército? ¿Fue la soltura estilística del diario La Nación negando literal y redondamente desde sus editoriales que en Argentina se violaran los derechos humanos más elementales? ¿Fue el negociado de Papel Prensa en el que se asociaron con el Estado terrorista La Razón, La Nación y Clarín?

No puedo elegir lo peor. Pero Atlántida tiene esa horrible singularidad: la liviandad de revistas para leer en la peluquería (la bikini, Punta del Este, Graciela Alfano, el chisme, las guerras de vedettes) y al mismo tiempo el ultra conservadurismo contrito. Y el contenido específico de decenas de artículos ominosos. Falsas encuestas que posicionaban bien arriba a los peores cuadros políticos de la dictadura y contraponían esos números presuntos con los decadentes políticos argentinos, los populistas, los corruptos. Los jerarcas del Proceso vendidos literalmente como “héroes”. La periodista Renée Sallas saliendo urgida a entrevistar a Adolfo Pérez Esquivel cuando ganó el Nobel sólo para vomitarle encima, del mismo modo en que Mariano Grondona escribió que ese premio era un “triunfo del enemigo”. Otro texto de Sallas, una carta pública que le escribió a Raúl Alfonsín, increpándolo por pedir elecciones más o menos en los tiempos en que Leopoldo Galtieri había dicho aquello de “las urnas están bien guardadas”. Era el discurso mismo del Proceso: nada de democracia, la democracia era una cosa más o menos decadente, habrá democracia el día en que los argentinos estemos maduros para merecerla.

Ese es otro rasgo singular del comportamiento de nuestra prensa casi hasta el final mismo de la dictadura. Grondona pidió a la sociedad, tras la derrota en Malvinas, no culpabilizar a nadie. Mantengamos ese maravilloso ejemplo de unidad que demostramos hasta ahora, lagrimeó. Ernestina Herrera de Noble, de nuevo, de puño y letra, publicó una editorial en Clarín en la que dijo que no le conformaba la idea de una Argentina democrática en la que las Fuerzas Armadas no siguieran ocupando un rol relevante. Lo tengo que escribir en cursivas: cuando a los militares no les quedaba otra salida que la retirada más o menos oprobiosa, fueron nuestros medios los que corrieron a los militares por derecha. No hay apuro, decían. Lo mismo la Sociedad Rural, título de Clarín, no se apresuren, muchachos, no adelanten las elecciones.

Buena noticia, entonces, que salgan a la luz casos como el de Botinelli y que se haga justicia. Los dueños de los medios, entre tanto, fantásticos, siempre zafando.

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