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9-6-2013|12:13|Reforma judicial Roberto GallardoEntrevistas
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Su posición sobre la Democratización de la Justicia

“Para quienes quieren presionarme, mi teléfono está roto”

Casi lo desplazan de su cargo por clausurar la Rural, formó parte de las corrientes de derecho crítico de UBA y aboga por una Justicia nacional popular y revolucionaria. Entrevistado por Infojus Noticias, el juez porteño Roberto Gallardo habló de su carrera y de las personas que lo inspiraron a lo largo de su vida.

  • Leo Vaca
Por: Franco Lucatini

Roberto Andrés Gallardo todavía no cumplió los 50 años, pero ya hace trece que es el titular del Juzgado nº2 en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad de Buenos Aires.  Ocupó el cargo en el momento que nació ese fuero, meses antes del estallido social de 2001. Está convencido que pertenece a una camada de jueces cuyo ingreso fue casi un error del sistema.  “En un estado normal de las cosas, por nuestro perfil de perspectiva social de la Justicia jamás nos hubieran elegido en ningún fuero del país”, asegura. Rodeado de imágenes del Che Guevara, Salvador Allende y el Padre Mugica, el juez Gallardo se entusiasma hablando sobre los “vientos nuevos” que vive el país. Lejos de las formalidades e imposturas que abundan en el mundo judicial, el magistrado porteño pide que lo tuteen y  da cuenta de su experiencia  profesional mechando vivencias personales. Entre mate y mate, habló de su concepción de una justicia democrática, de sus precursores, de fútbol y de cómo pudo estrechar la mano de Fidel Castro gracias a Hugo Chávez.

-  En el 2005 fuiste sometido a un juicio político que no logró desplazarte de tu cargo, por clausurar La Rural y ordenar el cierre del Casino Flotante, entre otras cosas. ¿Cómo te sentiste en aquel entonces?

- Sentí la soledad. En ese momento no existían los vientos que existen hoy en la Justicia. Todos los que teníamos un perfil no corporativo vivíamos segregados y estábamos mal vistos.  Los multimedios no estaban perfilados tan claramente, pero yo tenía a La Nación en contra. Dedicó varias editoriales pidiendo mi cabeza. Clarín también pedía que se me destituyera. De las organizaciones de defensa de los intereses de los jueces, ninguna movió un dedo para ayudarme. Mi único sostén, al que sigo recurriendo al día de hoy, son los sectores populares, las organizaciones sociales, los curas de las villas, la gente. Es la única alianza verdadera que tenemos los que creemos en una Justicia auténticamente nacional y popular, comprometida con los intereses de nuestro país.

- Se habla del “telefonazo” como forma de presión política de parte de funcionarios o grupos económicos hacia los jueces. ¿Alguna vez recibiste alguno de esos llamados?

- Siempre pasó lo mismo. En cada cambio de gestión alguien viene a presentarse y a tantear, en términos implícitos, si pueden usar el teléfono. Mi reacción es siempre la misma: “el teléfono está roto”. Podemos hablar, pueden pedirme una audiencia, pueden venir, y hasta ahí está todo bien. Pero levantar el teléfono para sugerir cómo tiene que ser una decisión, no. De nadie. Nunca. Yo elijo no atender el teléfono, y eso tiene un costo. También tiene muchos beneficios, yo duermo muy tranquilo. Cuando clausuré La Rural no le pregunté a nadie, ni nadie me llamó para pedírmelo. Estaba convencido.

- ¿Cómo ves la discusión por democratizar la Justicia y el surgimiento de reformas concretas?

- Con muchísima satisfacción, por supuesto. Deberíamos pensarlo como la expansión de la contradicción de modelos judiciales, que no es algo nuevo.  Desde la Facultad de Derecho, las corrientes de derecho crítico denunciamos un Poder Judicial que está absolutamente alejado y hasta es contrario a los intereses de los sectores vulnerables, a los propios intereses nacionales. Es un Poder Judicial comprometido con intereses foráneos. Convalidó el genocidio de la dictadura militar y el saqueo en la década del ’90 con el menemismo. Gracias al gobierno nacional, se potenció la capacidad discursiva de quienes creemos en la democratización de la Justicia.

- ¿Cuáles son los precedentes de este debate?

- Hay que rescatar experiencias como la de Mario Kestelboim. El 1° de junio se cumplieron 40 años de la intervención de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en el gobierno de Cámpora. Rodolfo Puiggrós era el rector de la Universidad y designó a Kestelboim como delegado interventor.  Ahora  Kestelboim es el actual Defensor General de la Ciudad. Esa intervención denunciaba que la usina de formación académica y profesional estaba cooptada por los sectores antinacionales y antipopulares. En esa experiencia, Rodolfo Ortega Peña fue designado interventor del  departamento de Historia del Derecho de la Facultad, y denunció la existencia de un derecho de la dependencia frente a un derecho de la liberación.

- ¿Cómo pensás el futuro? ¿Cuál es el perfil de los profesionales que hay que formar?

-  Cuando nos dicen “queremos formar abogados para que sean en el futuro jueces objetivos, neutrales e imparciales”, nos están formando políticamente para ser funcionales a un esquema de conservación de un estado general por el cual unos viven y otros esperan. Debemos ser capaces de revertir esos programas de formación y definir cuál es el verdadero rol de un abogado o de un juez en una sociedad periférica. Hay que definir cómo debe operar un abogado para concretar la Justicia real, cómo se garantiza el acceso a los tribunales, cómo ponemos la cara. Si esto no se logra, el resultado final a nivel profesional va a ser un lastre para cualquier proyecto nacional, popular y revolucionario. Si el abogado no tiene conciencia de para quién opera, para qué trabaja, está siendo un engranaje más de un sistema de conservación y de reproducción del propio modelo contra el que decimos estar en contra.

Detrás del escritorio del juez Gallardo hay un gran ventanal que da al corazón de la manzana y que ilumina todo el ambiente. En el respaldo de su silla, un poncho salteño. Su despacho es más que un espacio de trabajo. Ahí conviven -además de muchísimos libros- objetos, cuadros e imágenes que atesora; cada uno representa un momento de su vida y su carrera. “Soy muy de juntar chucherías. Guardo todo lo que me dan”, dice orgulloso. Y señala un perchero con un banderín de Huracán y un pañuelo con la cara del Che Guevara.

- ¿Vas a la cancha?

- Ahora voy poco, antes iba más. En el ’73 el pueblo estaba feliz porque estaba Perón y porque Huracán fue campeón. Ahora se terminó el placer de ir a la cancha y empezó una cosa de sufrimiento, no por el resultado. Yo no comparto la violencia ni la droga en el fútbol. No la comparto en ningún lado, pero no entiendo al tipo que va a ver un partido y se fuma un porro, no me entra en la cabeza. Como hay mucho de eso y no me siento cómodo, prefiero no ir.

- ¿Por qué hay tantas imágenes de personajes revolucionarios en las paredes?

- Acá paso más horas que en mi casa, necesito vincularme con las imágenes que tengo. Hay muchas cosas, pero todas tienen un sentido. Hay cosas que me regalan en los barrios, y van quedando. Un Cristo de los pobres, flaquito, raquítico. La foto del padre Mugica.  Mis plantas, mi música, escucho mucho folklore. Las figuras políticas están porque  valoro la coherencia histórica del Che o la de Salvador Allende de morir en el fuego de la Moneda para no rendirse al fascismo de Pinochet. Son un paradigma histórico y de alguna manera son mis modelos, quiero ser como ellos. Desde mi rol voy a tratar de ser coherente, voy a tratar de ser intransigente. Por eso también está Cristo, porque hay que saber perdonar. Hay que tener una actitud de solidaridad y de compromiso con el sufrimiento de los demás.

- Tenés mucho aprecio por la figura de Hugo Chávez, ¿lo conociste?

- Cuando asumió Néstor Kirchner, vinieron casi todos los presidentes latinoamericanos, entre ellos Chávez y Fidel Castro. Yo con Chávez ya había estado en una oportunidad, con Fidel no. Quería ir a verlo a Fidel, que estaba en la Facultad de Derecho. Justo cuando lo voy a ir a ver a Fidel, llaman por teléfono de la Embajada de Venezuela y me dicen que Chávez organizaba una reunión con quince personas. Yo no sabía qué hacer, y finalmente dije bueno, voy a verlo a Chávez y después lo veré a Fidel por video. Y fui para la reunión. Chávez era de hablar mucho, y todos le preguntábamos cosas. Era un tipo muy interesante, divertido. Habían pasado como dos o tres horas ahí y de repente él levantó el teléfono y dijo: “acá estoy, con unos argentinos, vente, vente aquí, date una vuelta”. Cortó y a los diez minutos se abrió la puerta y era Fidel Castro. Cuando lo cuento se me ponen los pelos de punta. Para mí fue un regalo de la vida.

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