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Lo dijo Marta García, quien recordó el secuestro y la muerte de su marido, Jorge Candeloro, abogado laboralista de Mar del Plata. Marta, quien ahora tiene 75 años, fue una de las víctimas que más luchó para reconstruir la historia de los militantes perseguidos por la dictadura, hasta llegar a los Juicios por la Verdad.
Tiene frío. Hace unos días que llegó y se le instaló en el cuerpo. Lo siente cada año, desde 1977. Cada vez que el calendario marca el 13 de junio a ella le entra un frío helado, que no se le va por más que se abrigue. Después sólo siente el invierno. “Es que el cuerpo tiene memoria”, dice Marta García, cada vez que se vuelve a cumplir un nuevo aniversario del secuestro, la desaparición y, luego, la muerte de su marido, Jorge Candeloro. Lo escuchó morir el 28 de junio, en medio de la tortura, en la Base Aérea de Mar del Plata. Una semana después llevaron allí al resto de los abogados en la razzia que se conoció como la “Noche de las Corbatas”: el secuestro de un grupo de abogados laboralistas entre los que se encontraba Norberto Centeno, compilador de la Ley de Contrato de Trabajo, de 1974.
A Marta y a Jorge los secuestraron juntos dos años antes, en Neuquén, donde viajaron para escapar a la represión marplatense. Los tuvieron detenidos una semana en la comisaría de la Policía Federal y, siguiendo una orden del Ejército, los llevaron hacia la ciudad costera. Allí permanecieron detenidos en el radar semienterrado de la Base Aérea, donde funcionó el centro clandestino de detención “La Cueva”, y los torturaron durante varios días. Antes de que terminara junio, Marta lo escuchó morir: estaba en un cuarto contiguo a la sala donde lo picaneban.
Una semana después, el Ejército vistió a sus hombres de civil e hizo una serie de secuestros coordinados. Se valieron de la tarea de inteligencia realizada en los años previos por la Concentración Nacional Universitaria (CNU), con quienes tenían vínculos directos. Detuvieron a los abogados Centeno, Salvador Arestín, Hugo Alaiz, Camilo Ricci, Carlos Bozzi y Tomás Fresneda y su esposa, María Argañaraz. Salvo Ricci y Bozzi. El resto fue asesinado. En los siguientes siete días detuvieron a José Verde, María Esther Vázquez de García y Néstor Enrique García Mantica.
Marta García ahora está sentada en “Nautical”, frente a las playas de La Perla, donde Jorge la invitó a salir por primera vez. Es un café, en una esquina, con grandes ventanales desde los que se ve un pedacito de la rambla y, un poco más allá, el mar. Marta quiere hablar, volver a contar la historia, una vez más pero primero –“antes que nada”, dice con suavidad- quiere hablar sobre lo que le pasa en este nuevo aniversario, treinta y siete años después.
-Me acuerdo de José Semprún, el literato español que estuvo en un campo de concentración alemán. Salió en 1945 y, por muchos años, no volvió nunca a Alemania. Un día volvió y dijo que lo que él veía eran chimeneas echando humo y el olor de los cuerpos quemados. A mí me pasa así. Me vuelvo a meter en ese momento. Es el schock traumático que vuelve con olores, con sensaciones. El cuerpo tiene memoria y, aunque no sepa la fecha, siento el frío que sentí cuando nos llevaron de Neuquén. Y pasan las imágenes de todos esos días. Y también veo a mis hijos grandes y se me mezclan con las imágenes de cuando eran chicos. Eso se mezcla con las imágenes de todos estos años.
Marta García caminando por las calles de Mar del Plata junto a su hijo
-¿Qué es lo que ve?
-Veo mucha lucha, sin parar. Mucha ilusión con cada resquicio que nos dejaba el sistema político, el sistema judicial. En aquella época la CONADEP significó mucho. Era poder hablar, en parte, de lo que había pasado. Y hasta contener al que tomaba el testimonio porque cuando contábamos lo que habíamos sufrido, el otro se desarmaba. Eso pasó también con los que tomaron los testimonios del Juicio a las Juntas. Entonces era muy emocionante pero, a la vez, muy medido. Era como que uno cuidaba al otro. Eran tan duras las cosas que uno contaba, las cosas que uno pasó, que contarlas llevaba a la gente a cerrarse, como una forma de cuidarse.
-¿Y cómo siguieron?
-Nos juntábamos e intentábamos acordarnos dónde habíamos estado, a quién habíamos visto. Después vinieron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Seguimos luchando. Nos juntábamos y anotábamos los recuerdos, los detalles de los lugares dónde habíamos estado, los nombres de los otros.
-Eso les permitió llegar a los Juicios por la Verdad.
-Sí. Fue todo muy artesanalmente, en papelitos. Y así llegamos a hacer el mapa de La Cueva, que es mágico.
-¿Mágico?
-Fue mágica la situación que se dio en la CONADEP. Yo hice ese mapa. Junto con Leda Barreiro fuimos las que más tiempo estuvimos y pudimos reconocer los lugares. Un día nos reunieron a todos los que habíamos hecho los croquis. Y pudimos ver que todos habíamos hecho lo mismo y al que le faltaba algo se lo había completado otro. Ese mapa, que es doloroso porque uno puede decir ‘acá mataron a Centeno, acá mataron a mi marido, acá me torturaron a mí’, fue armado colectivamente.
Aquellas primeras declaraciones fueron las más difíciles. Los que les tomaban los testimonios sintetizaban sus palabras. Muchas veces se evitaban los detalles: las violaciones, que profundizaron las torturas sobre las mujeres, eran englobadas en “torturas” o metaforizadas en “violencia sexual”. Había, además, “otras prioridades” que juzgar, dice Marta.
“A lo mejor no nos querían preguntar para no lastimarnos más. Pero nadie investigaba eso. No estaba la escucha y en el Juicio a la Verdad siempre estuvo la escucha. Eso fue lo que nos llevó a decir, en el juicio a Molina, el único identificado de La Cueva, queremos declarar sobre esto sin concurrencia de la sala”, recuerda Marta. Así fue cómo las mujeres desaparecidas-aparecidas pudieron testimoniar sobre las violaciones. Marta lo hizo y logró demostrar que ese delito era de lesa humanidad, y el suboficial Gregorio Rafael Molina fue condenado a prisión perpetua.
La otra pelea que libró Marta, desde su primera declaración ante la CONADEP, fue por cuestionar el rol de la Justicia. “Mientras estuve detenida en la (Comisaría) Cuarta, el juez Pedro Hofft hacía sus visitas habituales, cuando llegaba a la celda donde me encontraba y le informan que había una persona a disposición de las Fuerzas Armadas, se retiraba”, contó Marta García el 9 de abril de 1974. Se refería a los más de cuatro meses que pasó en la dependencia policial, después de haber estado un mes y medio en La Cueva.
En mayo pasado, el juez Hooft fue sometido a juicio político –se había amparado en sus fueros para no declarar en la causa penal- pero fue absuelto. La mayoría del jury, encabezado por el ministro Juan Carlos Hitters, no valoró el testimonio de Marta García. Lo pusieron en duda por su condición de víctima y descartaron la prueba documental sobre el comportamiento del magistrado respecto de la desaparición de los abogados. Se basaron en los testimonios de concepto aportados por la defensa de Hooft y lo restituyeron en el cargo del que había sido suspendido.
Sin embargo, la causa penal continúa.
-¿Por qué se hicieron esos secuestros coordinados?
-Jorge era abogado laboralista, militante del PCR, en un momento en que era importante reprimir a todos los que eran abogados laboralistas. No es casual que estén él y Centeno entre los secuestrados. Lo mismo que Tomás Fresneda, Arestín y Alai. Cuando los trajeron estaban todos de saco y corbata. Los acababan de sacar de sus estudios. Los empezaron a traer a La Cueva y alguien preguntó que estaba pasando porque llegaban de traje. Y uno de ellos dijo ‘esta es la Noche de las Corbatas’.
-¿Cómo llegó Candeloro al derecho laboral?
-Jorge no se veía en otro sector del derecho que no fuera laboral. Lo fue a ver a Centeno y le dijo que quería trabajar con él. Centeno le dijo que primero terminara la carrera y entonces terminó rápido. Tuvo la mejor escuela, siempre dijo que había sido su maestro. La formación teórica la tuvo de Centeno. Era un honor haber trabajado con él.
Marta termina de hablar, siempre pausada, suave. Sale del bar. Está acompañada por Juan Marco, su hijo menor. Afuera está nublado y el viento de julio sopla con ganas. Ella se agarra de su brazo, fuerte, como para espantar el frío.
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