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Durante años, Luis Alberto Quijano guardó parte de los objetos que su padre, un represor de La Perla, tenía como trofeo de guerra luego de secuestrar y torturar a militantes en Córdoba. Hoy declara ante el tribunal. Estas son las historias de alguno de esos objetos.
— Tengo unas cosas robadas por mi padre que quiero alguna vez entregar.
Quien habla es Luis Alberto Quijano. Está parado en la entrada del Centro clandestino de detención La Perla y es casi lo primero que le dice a Emiliano Fessia después de estrecharle la mano. Su padre y tocayo, Luis Alberto Quijano, acusado de 98 asesinatos y de haber participado en 154 sesiones de torturas, murió hace dos meses en su prisión domiciliaria. Cristina Fontanellas y Carlos Fessia, los padres de Emiliano, son dos militantes asesinados el 18 de noviembre de 1976 en el departamento en el que vivían en Buenos Aires.
Quijano aún conserva algunos objetos del botín de guerra que la patota al mando de su padre rapiñó en los operativos de secuestro. Y contó para Infojus Noticias las historias detrás de ellos.
En una caja de cartón, entre los bultos de la mudanza en la que estaba inmerso cuando lo entrevistó esta agencia, Quijano conserva libros, casettes y fotos que pertenecieron o fueron robadas por su padre. Entre ellas, está la carcasa de una granada montonera. La sacó del Destacamento de Inteligencia 141 de Córdoba, donde su padre lo hacía ir todas las tardes a destruir documentación robada en los operativos. “Esto tenía una anilla acá, y una palanca. Se sacaba la anilla y se tiraba. Este acolchado está hecho porque a las escopetas se le ponía una especie de tubo para lanzarla. Adentro le ponían trotyl”, detalla.
De una carpeta con papeles saca un diploma. Es una condecoración para su padre, firmada por Jorge Rafael Videla, en “reconocimiento” por haber sido herido en “operaciones” contra “delincuentes subversivos”. Fue 2 noviembre del ’76; le explotó un proyectil a un metro del cuerpo y le entró metralla en los ojos. Durante 1977, estuvo convaleciente. A fines de ese año fue trasladado a Buenos Aires en disponibilidad.
Quijano tiene en su mano una estrella federal –que usaba Montoneros- tallada en madera. En el dorso, con algún filo, inscribieron la leyenda “libres o muertos”. “La encontré después de un procedimiento en el que volaron una imprenta clandestina en un subsuelo”. Quijano –hijo- no estuvo en el ataque, pero volvió al lugar dos días después con su padre, un comandante y un suboficial de gendarmería. De la casa quedaban ruinas, como después de un bombardeo. “Estaba entre el montón de mugre”.
En la caja hay también casettes originales de canciones de propaganda del franquismo o los camisas negras de Benito Mussolini. En cintas vírgenes hay grabados discursos de Adolf Hitler prolijamente titulados en el reverso. Su padre los escuchaba los fines de semana como si fueran de música clásica. “Me daba para escuchar casettes con sesiones de torturas”. La grabación del martirio, junto con otra documentación –como fotos de los secuestrados-, fueron quemadas por el propio Quijano a pedido de su padre, en 1984 o 1985. “Me dijo que incinerara todo. Y yo fui y lo prendí fuego”, se lamenta.
Más de una vez, Quijano padre le pidió a su hijo que buscara en el baúl del Ford Taunus las cosas que traía. “Había armas, paquetes con plata, y yo los llevaba a casa. Me acuerdo que una vez, con la ayuda de un suboficial de Gendarmería trajimos una heladerita chica. Había televisores de madera de 14 pulgadas, en blanco y negro. Según Quijano, su madre guardaba las alhajas, monedas de oro y la plata, en medias o pañuelos atados, dentro de una cajonera chifonier. “Ella administró la guita que se robó mi viejo. Primero le hicieron una casa en Tanti, y en el año ’80 compraron la casa de Carlos Paz”, dice. Es una casa grande y blanca, con grandes ventanales, construida en la falda de la sierra. “La terminaron con plata del botín”, asegura.
“Camilo Cienfuegos. Héroe del Pueblo”, es uno entre las docenas de libros que Quijano contrabandeó del Destacamento. “Habían miles, entre mucha documentación, y yo los iba robando, de a dos, en esas camperas militares. Un día me los encontró mi viejo. Me gritó por qué leía literatura subversiva”. Entre los libros que debía destruir y Quijano robó, hay títulos sobre el marxismo, sociológicos, la biografía de Gagarín y otros personajes de la Revolución cubana.En el predio de pasto amarillento que fue La Perla, ahora reconvertido en un sitio de Memoria, ladra un perro negro. El cuzco ha reemplazado a un tanque de asalto Carrier, como guardián del lugar.
Luis Quijano ofrece devolver el botín saqueado por su padre hace cuatro décadas, y almacenanarlo en este lugar.
— El depositario ideal de todas esas cosas robadas son sin dudas los familiares — responde Fessia. — Pero tal vez sea importante que la escena pública de esta reparación histórica, donde se devuelven objetos robados por la represión, sea en un tribunal.
— Éstos lápices ‘Rotring’ -cuenta Quijano- los sacaron de un operativo donde secuestraron y desaparecieron a varios chicos bolivianos de la Facultad de Arquitectura. Quedaron en el garaje de mi casa durante años y yo lo recuperé.
Cuando se lo menciona, Emiliano Fessia recuerda el episodio. El 4 de diciembre de 1975, una patota del Comando Libertadores de América (versión cordobesa de la Triple A), secuestró a cinco estudiantes bolivianos, a un peruano, dos cordobeses y un rosarino. Los nueves jóvenes fueron ametrallados. A uno de ellos no lo vieron, y sobrevivió.
— Tal vez- se entusiasma Fessi- aparezca la familia a reclamarlos.
Hoy Luis Alberto Quijano los ofrecerá al Tribunal Oral Federal de Córdoba.
LB/SH
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