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Raúl Enrique Scheller fue un oficial de Inteligencia dentro del Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA. En los sótanos del centro clandestino lo conocieron como “Mariano” o “El Pingüino”. Los sobrevivientes lo recordaban como un violento torturador. Estaba siendo juzgado por 150 casos de secuestros, tormentos y asesinatos. Hoy murió en la cárcel de Marcos Paz.
El tercer juicio por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada, que ya acumula dos años y medio de audiencias, tendrá en su recta final un asiento vacío en el banquillo ocupado por los 67 marinos y civiles acusados. Raúl Enrique Scheller, que estaba siendo juzgado por 150 casos de secuestros, tormentos y asesinatos, murió en la cárcel de Marcos Paz a los 70 años de edad. “Scheller era un oficial de Inteligencia dentro del Grupo de Tareas 3.3.2, que dividía sus funciones en logística, operaciones e inteligencia. Por lo tanto, se especializó en interrogatorios”, dijo a Infojus Noticias Luz Palma, la abogada que representa a la querella del CELS. “Lo importante es que aunque murió en la mitad de este juicio, ya tenía una condena a prisión perpetua firme”, completó.
Scheller, el torturador que se hacía conocer como “Mariano”, “El Pingüino” o “Miranda” en los sótanos de la ESMA, era un hombre de carrera dentro de la fuerza. Había entrado a los 12 años a la Marina. En la sentencia de 2011, la justicia lo encontró culpable de 19 casos de privación ilegal de la libertad e imposición de tormentos, y por 12 de ellos también se lo responsabilizó de sus homicidios calificados. Entre esos asesinatos, se cuentan alguno de los crímenes más célebres del arma durante la dictadura cívico militar, como el caso de las monjas francesas Alice Domon y Leónie Duquet y las Madres de Plaza de Mayo secuestradas en la iglesia Santa Cruz.
Scheller siempre fue una pieza clave, que cumplía todas las funciones de la patota que lideraba el capitán Jorge Acosta. “Muchos testimonios, durante el juicio anterior y éste, lo ubican en el Dorado, donde se discutían los operativos y se tomaban las decisiones”, explicó Palma. A fines de 1977, participó junto al “Tigre”, Coronel, Febres, Generoso, Febres y Pernías, de operativos internacionales donde se trasladaron algunos militantes montoneros que habían caído en las afueras de Montevideo, Uruguay. Entre los prisioneros estaban Oscar De Gregorio —a quien luego además torturó—, Jaime Dri y Rosario Quiroga.
También integraba las patotas de secuestros y era un violento torturador. A Alfredo Ayala lo sometió a patadas, golpes y picana eléctrica. A Carlos Alberto García, junto con otros, lo quemó con cigarrillos y le hizo “submarino” al menos en dos oportunidades. También disfrutaba de mostrarle el suplicio a otros cautivos: a Alfredo Julio Margari lo torturó adelante de García. A María Eva Bernst de Hansen —junto a Juan Carlos Linares—, la torturó con dos picanas al mismo tiempo mientras la amenazaba con amputarle la pierna a su hermana, que había sido secuestrada con ella. La lista de los tormentos es muy vasta. Además, acompañó a algunas víctimas, como Adriana Marcus, a las visitas vigiladas de sus familias.
Involuntariamente, “Mariano” ayudó a probar las acciones ilegales de la patota. Cuando declaró sin juramento ante el Juzgado de Instrucción Militar, él y otros marinos confiaron que Thelma Jara fue detenida a fines de abril del año 1979 y sometida a un interrogatorio.
De la calle a Marcos Paz
A pesar de los crímenes ostensibles del GT 3.3.2, Scheller vivió una larga temporada de quince años sin pleitos graves con la justicia. Aunque en la década del ’80 llegó a ser procesado, la ley de Obediencia Debida dictada durante el gobierno de Raúl Alfonsín revirtió esos cargos y los dejó en libertad. En democracia, incluso, llegó a integrar el Estado Mayor General de la Armada.
Paradójicamente, sí lo puso entre sus objetivos la justicia extranjera. El 29 de diciembre de 1997, el juez español Baltazar Garzón lo incluyó en su imputación contra decenas de represores argentinos por “los presuntos delitos de genocidio, terrorismo y tortura, además de los hechos concretos que integran estas figuras”. Sin embargo, haciendo valer un extraño criterio territorial —justamente porque en el país regía la impunidad—, la justicia argentina negó su extradición.
Pero sus víctimas nunca lo olvidaron. Tenían su cara grabada a fuego en el recuerdo de la muerte con el que habían logrado salir del infierno. En diciembre de 1998, dos sobrevivientes de sus tormentos lo encontraron por casualidad en el bar Start Café, frente a la Plaza de los Dos Congresos. Lo llamaron por su nombre de guerra, y Mariano se dio por aludido. “Vos sos Mariano, el Pingüino, el capitán Schilling, sos el torturador de la ESMA, sos el maldito hijo de puta que me torturó”, le dijo uno de ellos, de nombre Carlos.
Scheller y sus cuatro acompañantes se mantuvieron en silencio. Enrique Fukmam, el amigo de Carlos, le gritó: “¿No decís nada ahora, torturador?”. Se dio vuelta y mirando las otras mesas dijo: “Ustedes están compartiendo su comida con un asesino, con un secuestrador de embarazadas y de niños”. El escrache de los comensales se generalizó.
En 2003, cuando un decreto presidencial invalidó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, las causas que habían quedado cajoneadas en los ’80 se reactivaron en el mismo lugar. Por eso, sin mayores investigaciones, el juez federal Sergio Torres pidió su captura y el hombre de los numerosos sosías fue a parar a la amistosa base naval de Río Santiago. Desde allí, mediante numerosos escritos de su defensa, logró demorar la elevación a juicio por más de cuatro años, cuando la Cámara de Casación Penal demoró la resolución de un planteo de inconstitucionalidad de la nulidad de las leyes de impunidad. Después de un paso por la cárcel militar de Campo de Mayo, después de la muerte por envenenamiento de “Selva” Héctor Febres, fue trasladado al penal de Marcos Paz, donde estuvo preso hasta su muerte.
Uno de los sobrevivientes más famosos, Víctor Basterra, lo mencionó entre el puñado de marinos que en el ocaso de la dictadura militar integró el “Copece”, como se llamó al centro de documentación de la Armada. “A mediados de ese año, llegó una especie de Comisión ahí a la ESMA, integrada por González Menotti, Scheller, Acosta y no recuerdo quién más (…) y se pusieron a trabajar durante tres meses, limpiando, o sea desbrozando toda la documentación que tenían y microfilmándola, luego decidieron quemar todo lo que había”, dijo Basterra en los Juicios por la Verdad.
El ex detenido, que estuvo secuestrado en la última etapa e integró el staff de la ESMA sometido a trabajo esclavo, dijo que dos o tres suboficiales de Inteligencia subieron libros y documentación personal en camiones y lo llevaron seguramente al campo de deportes donde solían prender fuego. A la periodista Miriam Lewin, también sobreviviente de la ESMA, le aseguró que estaba en un “campo de recuperación”, de donde saldría para reintegrarse “como parte útil a la sociedad”.
LB/RA
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