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13-11-2015|19:50|Lesa humanidad Nacionales
Es el cuarto imputado que muere desde que el juicio empezó en 2012

Murió Luis Manzanelli, el torturador “salvaje y ceremonioso” de La Perla

Estaba detenido desde 2006. Fue condenado a perpetua en 2008 y estaba siendo jugado por 784 delitos en La Perla. “No soy ningún nazi. Tengo muchos amigos judíos”, decía. Los sobrevivientes lo recuerdan como un ansioso de la picana. En democracia tuvo una radio, amenazó a testigos y diseñó un instructivo para responder cuando llegaran los juicios.

  • Télam
Por: Waldo Cebrero

Una mañana de marzo de 2000, los árboles y las paredes del barrio 20 de Junio, en Córdoba, amanecieron empapeladas con un afiche que decía: “Vecinos: los hijos de los que antes se embanderaron en la subversión, hoy viene embanderados bajo un lacrimógeno pañuelo blanco”. Lo firmaba Luis Manzanelli, suboficial retirado del Ejército, que ese día iba a ser escrachado por HIJOS, por su rol como interrogador y torturado en La Perla, el mayor campo de concentración del interior. Despreocupado y todavía impune, Manzanelli, que estudió locución, propalaba esas ideas en su FM Bandera Nacional, como unas de las tantas estrategias para eludir a la justicia, entre las que no descartó amenazar a testigos. Por si acaso, en su casa guardaba dos guías con “pautas estratégicas para la defensa” que debían ser utilizadas cuando los militares fueran llamados a declarar por los crímenes de lesa humanidad. Los concejos iban desde culpar a los colaboradores sobrevivientes hasta acusar a los superiores ya fallecidos.

Pero nada de todo eso le alcanzó. Ayer, a sus 78 años, murió de una neumonía en el Policlínico Policial.  Desde que fue detenido, en 2006, hasta su traslado al hospital, Manzanelli nunca abandonó el Penal de Bouwer. En 2008 fue condenado a prisión perpetua en la causa Brandalisis. El próximo martes la querella de HIJOS planeaba pedir prisión perpetua para él, en el marco del juicio La Perla que está en periodo de alegatos. Es el cuarto imputado que muere desde que el juicio comenzó, en diciembre de 2012. Manzanelli estaba imputado por 784 delitos, entre ellos, 169 homicidios calificados, 15 imposiciones de tormentos seguidas de muerte. “Yo sé que tengo culpas, las admito, pero no son tantas como las que se me atribuyen", dijo en la audiencia, cuando comenzó el juicio.

“Era un torturador salvaje, ceremonioso”, señaló a Infojus Noticias el fiscal federal Facundo Trotta. “Decía que tenía guardado en su cabeza los ojos de todos los que torturó”, contó la querellante de HIJOS Lyllan Luque. Su foja de servicio lo define como una persona “dedicada y comprometida”. Un “jugado con la lucha contra el marxismo”, según su abogado Osvaldo Viola. Para quienes lo sobrevivieron, ese compromiso no reconocía límites. Era un ansioso de la picana.

Manzanelli murió con una herida abierta en su orgullo: no haber podido ser oficial del Ejército. Creía que tenía conocimientos suficientes para serlo y más de una vez llegó a chocar con sus superiores. Era experto en Inteligencia, lúcido en política e historia, un interrogador frío pero desaforado al momento de aplicar los 220 voltios. “El problema era que Manzanelli competía con ‘Texas’ (alias de Elpidio Tejeda, otro torturador). Y Manzanelli era un hipócrita. No sabía cuándo detenerse con la picana y los torturados se le morían”, cuenta el sobreviviente Piero Di Monte en el libro “La Perla”, de Alejo Gómez y Ana María Mariani.

Como caminaba con la cabeza levemente inclinada hacia un costado y miraba poseído, los prisioneros de La Perla lo bautizaron “El hombre del violín”. Durante el juicio La Perla intervino en varias oportunidades. En una dijo: "No soy ningún nazi. Tengo muchos amigos judíos. Sí tengo una admiración militar por el ejército alemán".

Manzanelli formó parte del Comando Libertadores de América, la versión cordobesa de la “Triple A” que asesinó a centenares de personas desde fines de 1975 hasta marzo del ‘76. La testigo Graciela Geuna contó en el juicio oral que Manzanelli se jactaba de haber aprendido técnicas de interrogación de “La Tía” Pereyra, una integrante del D2 de informaciones de la Policía que fue asesinada previo al golpe. Ante Geuna, se atribuyó el secuestro de los estudiantes de Medicina Luis Agustín Santillán, Rosa Gómez Granja, Alfredo Felipe Sinópoli y Ricardo Saibene, militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP, en diciembre de 1975.

A fines de 2014, Manzanelli y su camarada el ex oficial Ernesto “Nabo” Barreiro entregaron al Tribunal Oral Federal N°1 una lista con 17 nombres de desaparecidos (entre ellos los estudiantes de Medicina) y señaló su destino: los Hornos de la Ochoa, una estancia ubicada en el predio de La Perla. Cuando inspeccionaron el lugar, Manzanelli habló: “Los restos están en la chimenea del horno tres”. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) ya trabajaba en ese sitio y, en abril de este año, identificó los restos de cuatro personas. Justamente, los cuatro militantes de medicina.  “Fue una maniobra de hipocresía, intentaron lavarse la cara aportando información, pero el EAAF ya trabajaba ahí”, dijo Lyllan Luque.

Navidad Salvaje

Los sobrevivientes aseguran que cruzarse con él era cruzarse con el demonio. En las escenas más despiadadas que recuerdan,  siempre estaba “El hombre del violín”. Como la Navidad de 1976. Ese día fue detenida Herminia Falik, obrera del calzado y sindicalista, y trasladada directamente a “La Margarita”, la sala de torturas de La Perla. Varios testigos relataron la sesión de tortura que llevó a la muerte a Falik.

También el gendarme Carlos Beltrán recordó una noche en que Manzanelli fusiló a una pareja joven en uno de los interminables predios del Tercer Cuerpo. La mujer, que estaba embarazada, sobrevivió a los disparos. Logró levantarse y tambaleó unos metros. “Hija de puta, yo te voy a enseñar a caminar derecho”, gritó Manzanelli y le disparó en la cabeza. Ambos cadáveres fueron incinerados en un pozo.

En democracia, Manzanelli llegó a ser presidente del Círculo de Suboficiales de Córdoba. En 2005, la abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, María Teresa Sánchez, notó que un auto la seguía y la amenazaba. Tomó la patente y realizó la denuncia. El auto era de Manzanelli. Cuando la Policía llegó a su casa, encontró entre sus cosas las “guías” para responder en caso de que lleguen los juicios. Los instructivos  fueron utilizados por todos los agentes de la OP3 para lograr coherencia en sus declaraciones y no “pisarse” los unos a los otros.

WC/RA

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