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Edgardo Gabbín fue secuestrado por un grupo de tareas de la Base Naval de Mar del Plata en 1977 y vivió un calvario que lo dejó al borde de la locura. Estuvo detenido en un camarote del buque 9 de Julio. Ayer declaró en una nueva audiencia en el juicio que juzga a 14 militares por los crímenes cometidos contra 123 personas en los centros de la Armada en Mar del Plata.
No era una declaración más para Edgardo Gabbín. Esperaba enfrentarse cara a cara con uno de los hombres que lo secuestró el 11 de enero de 1977, pero el ex infante de Marina José Francisco Bujedo no acudió a la audiencia del juicio, en el que se lo juzga junto a otros 13 militares, por los crímenes cometidos en los centros clandestinos de detención que funcionaron en la Base Naval, en la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (ESIM) y en cuartel de la Prefectura.
La sala de audiencias del tribunal oral federal de Mar del Plata se pobló en pocos minutos. Compañeros de militancia, amigos y familiares de Gabbín habían llegado temprano para garantizarse un lugar. El testigo ingresó acompañado por una psicóloga del equipo de Protección de Testigos y juró decir verdad frente a los jueces Néstor Parra, Mario Portela, Alejandro Esmoris y Jorge Aníbal Micheli. En el banquillo de los acusados sólo lo escuchaba el contralmirante Juan José Lombardo, el resto de los imputados está autorizado a no asistir a las audiencias.
Siempre que debe volver sobre el pasado, “El Gordo” Gabbín siente un malestar. En esta oportunidad, los fantasmas llegaron en forma de pesadilla. Fueron varias noches de soñar con las ratas del camarote del buque 9 de Julio, donde pasó su cautiverio. Pero cuando se acerca la hora todo se disipa. A las 7 de la mañana, dos horas antes de empezar a declarar, dejó en el muro de su Facebook: “Hoy será un día peronista”.
Gabbín comenzó a militar en la Juventud Peronista a mediados del ’69 y su trabajo territorial siempre fue en la localidad de Batán. Con Cámpora en la Presidencia de la Nación, se pasó al Peronismo de Base y allí se quedó hasta noviembre de 1975. El intervalo en su militancia se dio a partir de 1974 cuando le tocó hacer la colimba en la ESIM que funcionaba en las inmediaciones del Faro, al sur de la ciudad.
A medida que sus compañeros comenzaron a ser detenidos y perseguidos, fue analizando la posibilidad de dejar el servicio militar porque se sentía expuesto. Así fue que un día le asignaron la guardia en un puesto junto al alambrado perimetral del predio y aprovechó la ocasión: con un salto se convirtió en desertor.
Gabbín usó un documento con otro nombre para seguir adelante con su vida y todo se desarrolló con normalidad hasta el 11 de enero de 1977, cuando en un partido de fútbol en la cancha del Club Nación, se encontró con José Bujedo. El suboficial de la Armada, que además se desempeñaba como árbitro en la liga de fútbol de Mar del Plata, lo reconoció y lo mandó a detener.
El testigo recordó que el día que fue demorado en la cancha, Bujedo y su jefe directo, el represor Ángel Narciso Racedo, lo citaron en una vivienda con la excusa de entregarle su DNI verdadero que había quedado en poder de la Armada. Cuando llegó a la cita fue esposado y subido a un auto. Lo llevaron a la ESIM, pero antes de entrar, los captores se decidieron por la Base Naval. Desde ese día Gabbín fue torturado; fracasó en un intento de fuga y pensó en suicidarse. El infierno duró poco más de un año, pero sus captores lo vigilaron por mucho tiempo más. “Cuando fui a buscar mi legajo a la ex DIPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de Buenos Aires), figuraba que me habían estado vigilando hasta 1990”.
El interrogatorio llegó en la segunda sesión de torturas. Bajo la presión de una feroz golpiza, le preguntaron por el abogado laboralista Jorge Candeloro –secuestrado en junio de 1977 en la denominada Noche de las Corbatas- y le mostraron las fotos de varias personas, pero no conocía a ninguna de ellas. Luego de varios días, Gabbín cree que fue después del 20 de enero, lo afeitaron, le pusieron ropa limpia y lo sentaron en un café en el centro neurálgico del puerto marplatense. La idea era ver quien se le acercaba a saludarlo y sumar una nueva víctima. “Por suerte nadie me vio. Solo una persona que no sé si se avivó o no me reconoció, pero no se acercó”, recordó el testigo.
Bujedo no concurrió ayer a la audiencia.
El segundo destino fue Buenos Aires. Gabbín estuvo preso junto a otros detenidos en un edificio de la Armada ubicado en Antártida Argentina 643. Desde allí pudo comunicarse por carta con sus familiares para decirles que todavía vivía. Pensó en escaparse y un compañero de celda le dijo que la única opción era que lo llevaran al hospital. Cuando levantó la cucheta de hierro no dudó y la dejó caer sobre uno de sus pies. Se fracturó dos dedos y lo llevaron al hospital, pero con el yeso y encadenado a la cama, el intento de fuga fracasó.
Después de unos meses bajo libertad vigilada en Mar del Plata, Gabbín fue llevado otra vez a Buenos Aires en calidad de detenido. Desde allí, un tren lo dejó en Puerto Belgrano. Un camarote lleno de ratas del buque 9 de Julio, fue su nueva prisión. Hasta el día de hoy cree que en el barco había otro detenido, pero nunca lo pudo ver. Sus captores no lo sacaban ni para ir al baño y cada noche era una batalla para mantener a las ratas a distancia. En febrero de 1978, lo pusieron en un micro con destino a Mar del Plata. En la Terminal lo esperaba el suboficial Bujedo. Esta vez sí le entregó el documento y le advirtió que nunca más apareciera por Batán.
Gabbín declaró cerca de una hora y salió airoso de las preguntas que le hizo el defensor de Bujedo, el abogado Horacio Insanti. Cuando los jueces dieron por terminada la declaración, la mayoría de la sala aplaudió. Siete horas después, “El Gordo” volvió a escribir en el muro del Facebook. Esta vez fue una larga lista de agradecimientos a todos los que lo acompañaron en el tribunal.
FD/RA
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