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Patricia Nieto (Colombia) y Marcela Turati (México) cuentan las historias del conflicto colombiano y de la guerra narco desde un enfoque sobre las víctimas, la memoria y la condición humana.
En un encuentro realizado en la redacción de Infojus Noticias, las periodistas Patricia Nieto y Marcela Turati participaron de una entrevista abierta para compartir sus enfoques y metodologías de trabajo en la cobertura mediática de temas sociales y de derechos humanos que involucran a víctimas de la guerrilla y el narcotráfico. ¿Cómo se trabaja con la justicia? ¿Cómo construye el relato de las víctimas? Fueron algunas de las preguntas que respondieron ante el auditorio.
La colombiana Patricia Nieto es comunicadora social, magíster en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia de Colombia –donde es profesora de Periodismo- y estuvo en Buenos Aires para defender su tesis de doctorado en Comunicación en la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). Lleva veinte años escribiendo sobre el conflicto armado. Con su libro Llanto en el paraíso. Crónica de la guerra en Colombia ganó el Premio Nacional de Cultura.
Marcela Turati es mexicana, periodista de Proceso y fundadora de “Periodistas de a Pie”, un colectivo de cronistas sociales que comparten técnicas de investigación y estrategias de reporteo. Vivió en Buenos Aires y recorrió la mayoría de los países de América Latina siguiendo la huella del “periodismo social”. Autora de Fuego Cruzado, las víctimas atrapadas en la guerra del narco, ganó el concurso de reportajes América Latina y Objetivos de Desarrollo del Milenio del PNUD y la agencia IPS, y el premio Lyons de la Universidad de Harvard. Estuvo en la ciudad para participar de la Conferencia Nacional sobre Políticas de Drogas, organizada por Asociación Civil Intercambios, en el Salón Azul del Senado de la Nación.
-Sus trabajos se destacan por un enfoque sobre las víctimas, ¿cómo llegaron a interesarse por estas voces?
Patricia Nieto:En mi caso fue un proceso largo. En 1997 la guerrilla colombiana Ejército de Liberación Nacional dinamitó un oleoducto. El gas viajó con el viento, llegó a un poblado y generó un incendio. Era medianoche y se quemaron 89 personas. Fui a cubrir esa noticia y me paralizó, no fui capaz de escribir, aún hoy. Cuando me acercaba a las personas a preguntarles, estaban en shock, me decían cosas incoherentes. Sentía que con ese relato no podía hacer una crónica con respeto. Ahí se me presentó el quiebre profesional. Tomé distancia mucho tiempo. Creo que no estaba preparada para escuchar el dolor de la gente. Escribí muchas cosas que no se publicaron hasta ahora. Sentía que no era capaz de entregarlo para publicación. Pensé que las víctimas tenían que ser los denunciadores de su propia experiencia
Marcela Turati:A mí me tocaba cubrir casos como las consecuencias de un huracán, gente que perdía todo. Era mucha la angustia y me fui fogueando con eso. Nos decíamos las periodistas sociales, siempre mujeres, nos decían que éramos más sensibles y los hombres, en cambio, trabajaban lo político y el crimen. Después dijimos que lo nuestro era un modo de ver las cosas y de construir las noticias: sentíamos que el periodismo tenía que oler a calle, huir del discurso oficial.
-¿Cuándo empezaste a cubrir otro tipo de casos, los relacionados con el narcotráfico?
M.T. En 2006 empezó la violencia más brutal, el presidente declaró la guerra al narcotráfico y se volvió un caos. Los periodistas lo cubrían desde lo policial, enumerando la cantidad de muertos solamente. Los reporteros que teníamos un enfoque más humano nos preguntábamos cómo escribir estas crónicas. Yo no entendía sobre drogas, pero me daba cuenta de que las víctimas no estaban reflejadas en las crónicas.
-¿Algún hecho que haya marcado un punto de inflexión?
M.T. Una vez estaba en Ciudad Juárez y una banda había estado baleando gente toda la noche. Las noticias no reflejaban el dolor de la gente ni el impacto sobre la comunidad. Hubo policías muertos, gente a la que le derribaron la puerta y la mataban. Esa noche hubo también una fiesta de 15 años, donde quedaron las mesas tiradas, un pastel y los refrescos. El ángulo fue reconstruir lo que había pasado durante esa fiesta. En la revista Proceso me mandaban mucho a Ciudad Juárez a hacer reportajes, pero yo volvía con otro tipo de noticias: cómo se llenaban los cementerios locales, cómo en los hospitales no había sangre. Los editores me empezaron a mirar raro: no traía lo que querían pero les gustaba.
-¿Cuáles son sus metodologías de trabajo?
P.N.Trabajo con ideas generales, pero cada historia es distinta. Cuando uno llega al territorio, ubica a ese personaje en una conflictividad especial, que va más allá de la noticia. Uno va buscando cómo la familia sigue con la vida más allá del dolor. No hay que pensar que en este trabajo uno va a tener el personaje o la historia lista en dos horas. Hay que persistir. Esperé dos años a una señora para que me cuente su historia. También hay que saber seducirlo, suspender, saber cuándo tengo que alejarme. No apurar a los testigos, a las víctimas. Ese periodismo que va tumbando puertas no lo podemos hacer nosotros. Es una metodología de colaboración. Hay que saber que somos una voz en la historia, somos los que construimos el relato. Eso implica una responsabilidad enorme. Parte del método es que hay que defender una posición estética, política y ética con la responsabilidad intelectual del periodista que lo está escribiendo.
M.T. Muchas veces me pregunto cómo contar lo mismo de una forma diferente a lo que ya hice. Con las víctimas, la metodología es esperar y hablar con todos. Esperar que ellos procesen lo que les pasó. Tengo que ir construyendo los archivos: la persona me cuenta de su vida, puede llorar, suspender. El silencio es importante. En los trabajos de organizaciones colectivas me gusta mucho ser invisible, casi nunca pregunto, me gusta más bien reflejar lo que ellos hacen: que se escuchen las voces de muchos. En México hay que contar que son muchos los que están sufriendo y que este proceso afecta a toda la sociedad.
-¿Cómo se busca esa mirada diferente?
-M.T. Recuerdo que en Ciudad Juárez un señor puso en la puerta de su casa un cartel que decía: no tirar cadáveres. A los tres meses apareció el cuerpo de su hija muerta, pero el señor no lo pudo ver porque ya estaba muerto también. Eran testimonios que no habían llegado a los diarios nacionales. Después por ejemplo, fue ver que había que contar los colectivos de niños huérfanos. A los ocho meses encontramos una fundación que se dedicaba a cuidar a los niños de las personas asesinadas. Después contar la historia de los panteones. Había visto que en la procuraduría se peleaban por llevar los cuerpos de las víctimas y le pedí a un buitre que me llevara a recorrer; ver los problemas de las funerarias, las peleas entre ellos para velar a los muertos. Era surrealista.
-En sus trabajos ¿cómo es la relación con los victimarios?
P.N.Yo no he trabajado con victimarios. En 2004 empezó en Colombia una resignificación de la voz del victimario, ellos contaban lo que querían. Siempre estaban en el escenario, pero las víctimas no. Recién en 2008 hubo una ley para atender judicialmente a las víctimas y también recibieron reparaciones económicas y simbólicas. En el conjunto del país las víctimas van detrás de los victimarios. Esa fue una de las razones por las que yo trabajé con las víctimas. Pero una vez en un taller -donde trabajaba enseñando a las víctimas a contar sus historias en su propia voz - un hombre se presentó como víctima. Con el tiempo nos enteramos que era paramilitar. Él quería escribir su historia, no para publicarla sino para entregársela a su padre. Aquello fue una pista de que ellos, los victimarios, quieren contar. A mí me cuesta encontrar la metodología para que los victimarios cuenten, para que no sea el relato judicial.
M.T. A mí me obsesionan mucho los policías federales: de dónde salieron y por qué desaparecían gente. En un momento un policía federal me empezó a contar su tragedia laboral, sus operativos. Es importante tenerlos como fuente de información, es algo muy sociológico. Me interesa que esté reflejada en la nota esta explicación que ellos dan, no para exculparlos. No dejarlos que ellos den su discurso de que son buenos. Uno siente empatía por ese narco rico bueno, pero hay que escribir el historial de esa persona y recordar a la gente lo que hizo. Es importante encontrar esa verdad.
-¿Y cómo entra la sociedad en las crónicas?
P.N Estos textos tienen que interpelar a la sociedad. Hace dos o tres décadas había una admiración por el mafioso. El campesino que se pone bajo la sombra del narcotraficante también tienen una responsabilidad. Se va haciendo toda una construcción. Un campesino decidió tomar una arma y otro no. Uno consigue un salario matando y otro ordeñando vacas. El narcotráfico atraviesa toda la vida: los espectáculos, los gobiernos, el aparato judicial. Tiene que ver con la moral de la gente.
-¿Cómo hacen para no naturalizar las crueldades de las que dan cuenta sus trabajos?
M.T. Llega un momento en que el gran riesgo es la naturalización. Incluso cuando uno habla con los amigos, no se da cuenta de lo fuerte que es lo que uno escribe. Trato de no quedarme en el horror, sino de buscar los procesos, el aprendizaje que puede haber en esa historia, buscar los detalles y que la historia indigne. Siempre digo: la indignación y la esperanza. De mi libro mucha gente me dice que no puede leerlo. Yo sentía la urgencia de contar lo que estaba pasando en México, de la que fui testigo. Ahí no podía ver lo esperanzador, estábamos en shock.
-¿Y ahora?
M.T. Ahora la esperanza, hay un grupo de sanadores en Ciudad Juárez, un grupo de mamás que tienen una fundación. Ahora es contar el dolor y cómo se transforma en esperanza. Y la gente me dice que sí puede leer este segundo libro. Es el periodismo de la esperanza, de lo posible.
P.N.Volviendo a la naturalización, hay que tener un cuidado: cerrar el lente para llegar al detalle y volver a abrirlo. Si uno se queda en la historia individual se pierde el contexto. Es la cuerda floja por donde uno se mueve. Hace tiempo en un pueblo colombiano encontré un muro lleno de tumbas. Algunas llamaban la atención. Durante muchos años fui y estaba la tumba de Nancy Navarro NN. Y un día fui y no estaba más esa tumba. El hijo la había encontrado y se la había llevado. En una historia dura pero termina con esperanza, de reencuentro; pero yo no me puedo quedar en Nancy Navarro, la tengo que poner en la historia de los desaparecidos.
-¿Qué buscan generar en el público que no vive ese tipo de violencia?
P.N. Uno busca siempre aproximarse a la condición humana. Eso es una esencia en Colombia y en cualquier lugar, hasta dónde puede llegar el horror humano pero también la solidaridad. Es conocer un poco más al hombre, un periodismo escrito con una condición estética contribuye a eso. Lo otro es informar, que se sepa qué es lo pasa en Colombia, que deje de ser una ficción y se aproxime a conocer mejor esa sociedad. Pienso que ni siquiera en el continente la gente lograr hacerse una dimensión de lo que es, que piensa que son locos tirando tiros al aire o lo que el cine gringo hace con Colombia. Que aliente una solidaridad con el conflicto colombiano, que ya lleva 60 años y es constante, como una lluvia eterna.
M.T.Cuando uno ve lo que está pasando en Siria, escucha de armas químicas, la masacre de Egipto o lo de Sarajevo, todas son historias que conmueven muchísimo. Lo traslado a México. Es importante ver cómo se está contando. Siento que es parte de una historia universal, que nos duele de la misma forma. Estamos tratando de entender a los narcos, muchos fueron entrenados por militares, por qué esa forma, por qué desaparecen. Ahora los forenses argentinos son importantes en México, son la luz de esperanza en esta historia. Los familiares sólo le tienen confianza al Equipo Argentino de Antropología Forense. La semana pasada se firmó un acuerdo para trabajar en las fosas. Entonces uno tiene algunas claves para entenderlo, sentir la empatía y querer cambiarlo. En México la sociedad todavía no entiende qué pasa con este fenómeno de las desapariciones.
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