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Durante unos meses, un hombre convenció a todo el mundo de que Erika Soriano era víctima de una red de trata de personas. Según él, la chica desaparecida en Lanús en agosto de 2010 había sido vendida por su marido. La familia descubrió que el falso detective solo buscaba dinero. Hizo lo mismo en otros casos.
El detective tenía una especie de barba candado. Nunca lo vi en persona, pero las redes sociales hacen maravillas. El tipo había llegado a nosotros de una manera extraña. En el diario donde trabajaba seguíamos el caso de Erika Soriano. La chica desapareció el 21 de agosto de 2010. El principal sospechoso era su marido, Daniel Lagostena. Erika tenía 20 años menos que él, y estaba embaraza de dos meses, el mismo tiempo que ellos habían pasado juntos.
En los primeros meses, una o dos veces a la semana hablaba con la familia de Erika y los abogados. Me interesaba, sobre todo, la historia del marido de Erika. A simple vista parecía un lobo con piel de cordero: el hombre que se muestra afable y dócil en público, pero que en privado se convierte en un monstruo, siempre haciendo recaer la culpa sobre la víctima. En el camino encontré un libro: El acoso moral, Marie France Hirigoyen, que se puede leer online. Es un texto clave para pensar cómo los perversos tejen una red de dominación y violencia alrededor de sus víctimas. También consulté psiquiatras, criminólogos y rastreé a las ex parejas de Lagostena.
Esther, la madre de Erika, me facilitó todos los mails que se enviaba la pareja. Al leerlos supe que todas mis hipótesis eran ciertas. Cada vez que hablaba con ella entendía un poco más de la violencia doméstica. Una tarde de 2011 nos encontramos en un bar frente a Plaza de Mayo. Se iba cumplir un año del inicio del caso y hablábamos de la próxima nota que iba a escribir. Ese día, Esther nombró al detective por primera vez.
-Te agradezco por recomendarme a este muchacho –dijo-. Es una luz como trabaja.
La frase me extrañó: yo nunca le había presentado a nadie.
-Sí –insistió -. Vos me llamaste el domingo pasado y me pasaste el número de este chico. Dijiste que tenía un dato: que Erika estaba en una red de trata de personas.
Le dije que era una confusión. Primero, yo no conocía a ningún detective. Segundo, todas las hipótesis apuntaban a posibilidad de un asesinato: la idea de la red de trata, en este caso me pareció no solo improbable, sino una forma de desviar la atención. Implicaba alimentar la esperanza de que Erika estaba viva, cuando todo evidenciaba lo contrario.
Esther es una persona transparente. Le dije lo que pensaba: que entendía su necesidad de aferrarse a una esperanza de vida, pero que tuviese cuidado con las versiones que recibía.
Me dejó los datos del detective. Antes de llamarlo lo guglié. Aparecía tres veces en la web. En la primera, como titular de una ONG de Quilmes. En la segunda, como un hombre golpeado por una disputa política en ese mismo territorio. La última entrada era una discusión entre protectores de animales: lo acusaban de maltratar a un perro.
Decidí llamarlo por teléfono. Atendió su mujer.
-El detective no está- dijo.
Dejé mis datos. Cinco minutos después me devolvió el llamado. El detective estaba encantado de hablar con la prensa. Toda su hipótesis se basaba en un viaje de Daniel Lagostena a Misiones.
-Fue hasta allá- dijo- para arreglar la venta de Erika. Yo hace diez años que trabajo de esto. Ya rescaté varias chicas.
El detective dijo muchas otras cosas. Que una testigo había visto a Erika en un prostíbulo de la Triple Frontera, y que él iba a ir con fuerzas federales a rescatarla. Que Lagostena era usurero y que él tenía muchísimas pruebas que lo incriminaban.
Cuando le pedí que me mandara algún documento que pruebe sus dichos, me dijo que tenía unos pagarés que había conseguido a través de un testigo. Le di mi mail. Me escribió desde una dirección de correo más propia de un vendedor de celulares que de un detective. El documento no tenía ningún dato visible. Lo publico tal cual me lo envió:
¿Cuándo tardó la madre de Erika Soriano en darse cuenta de la estafa? Una mañana un familiar mío escuchó que se hablaba del tema en los medios y llamó para avisarme. Por la tarde, los mensajes eran decenas.
La llamé a Esther. Me contó todo: que el detective le había pedido $ 9000 para viáticos, que le había prometido rescatar a Erika y que después hizo lo mismo con otras familias. En la mayoría de los casos llamaba haciéndose pasar por alguien que lo recomendaba, y luego las familias se comunicaban con él. En al menos dos ocasiones usó mi nombre. En otras, el de un funcionario oriundo de Quilmes.
El funcionario decidió presentar una denuncia. Los testimonios contra el detective empezaron a llover. Se supieron otras cosas: que decía haber sido custodio de Alfredo Astiz, y experto en karate. Que formaba parte de una Sociedad de Fomento de donde decidieron expulsarlo.
De aquello ya pasaron dos años. En todo este tiempo, Daniel Lagostena fue encarcelado y luego liberado. Se lo acusa de "homicidio simple y aborto en concurso ideal, en el contexto de violencia familiar". El expediente llegó a la Cámara de Casación y de allí pasó a la Corte Suprema de Justicia de la provincia de Buenos Aires. Hoy está allí, a la espera de una resolución. El abogado de la familia, Marcelo Mazzeo, está dispuesto a pedir la elevación a juicio. Confía en que Lagostena va a ser condenado.
El miércoles se cumplen tres años de la desaparición. La familia de Erika convoca a ver una obra de teatro. Se llama “La última vez”. La presentación de la obra dice así: "Abre el telón a la intimidad de una relación, de vínculos enfermizos que se van gestando en silencio y a oscuras”. Y sigue: “¿Quién es quién cuando se cierra una puerta? ¿Cuál es el motivo desencadenante?”. La función es el miércoles a las 19 horas en Teatro Municipal del viejo concejo, en 9 de Julio 512, San Isidro.
La madre de Erika está convencida de que hay que transformar el dolor en amor, y que lo que pasó con su hija tiene que servir de ejemplo para otros.
Hoy, como cada tanto, volvimos a hablar por teléfono. Hace tiempo que no tenemos noticas del detective. Cada vez qeu hablamos hacemos la misma broma: establecimos un código –uno gracioso- para estar seguro de que yo soy yo y ella es ella. Uno nunca sabe. El mundo está lleno de perversos.
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