Tweet |
Después de muchos años, el escritor Enrique Symns vuelve a tocar el tema que marcó una época: el asesinato de Walter Bulacio y su ruptura con los Redonditos de Ricota. Una nueva mirada sobre aquella época: el creador de la Cerdos & Peces todavía tiene mucho para decir.
Así como hace cientos de años Roma terminó sus guerras y desapareció entre el populacho el interés apasionado y demencial por la muerte, dando fin a los juegos en los que morían más de un centenar de esclavos, hace 22 años, en nuestro país, también había desaparecido el crimen colectivo nacido antes de la última dictadura. Así que el asesinato de un chico llamado Walter Bulacio, secuestrado en un recital de rock y matado a golpes en una comisaría, provocó un shock social importante. El recital era de la banda de quienes en aquel entonces comenzaban a dejar de ser mis amigos pero que lo habían sido muy intensamente además de compañeros de escenario durante varios años. Los Redonditos de Ricota. A mí, como a muchos otros compañeros, ya me habían expulsado de la banda y apenas si me dejaban entrar a los recitales.
Uno de los últimos shows al que concurrí fue en el estadio de La Plata donde la policía actuó ferozmente. Gasearon a la gente y todos huimos, a excepción de Skay que se quedó solo en el escenario tocando un tema de Jimi Hendrix. Yo la pasé peor. El hijo de la Negra Poly, que era policía, me denunció y fui perseguido por las patotas azules buscando la cocaína que escondía. Logré escapar y esa noche sostuve una de las últimas charlas con el Indio. Ya había aroma a repudio a mi libertinaje lindante con la ilegalidad. Y mi siguiente editorial en mi revista “Cerdos y Peces” fue la declaración de guerra. Su título: “Den la alarma” y fue construída con frases de las canciones del Indio en las que se anunciaban malos tiempos para la banda.
Muy poco después -mi memoria extingue fechas y lugares- se produjo la muerte de Walter y una nueva nota que escribí cuyo título era “Carta abierta al Indio Solari.”
Empujado por furiosos huracanes de mi mente, allí lo acusé de asesino. Lo mató un policía pero a ese repugnante tipo lo contrató la banda y siempre el que paga tiene más responsabilidad que el contratado. Yo concurría a las marchas y encontraba a Poly y Skay, quienes siempre tuvieron actitudes estratégicas ante los acontecimientos. Jamás los vi actuar espontáneamente. El Indio jamás fue a una marcha y ni siquiera aceptó la índole criminal de la muerte de Walter.
Fue una época equivocada para mi. La economía de la revista estaba basada mayoritariamente en los fans de los redonditos y cuando leyeron esas tremendas notas acusatorias dejaron de comprarla. No me importó. Nunca me importaron las ventas. Si, sufrí las heridas en la amistad. Ese dolor lo llevé conmigo durante casi una década hasta que nuevas miserias y atrocidades espirituales cometidos por mis ex amigos curaron ese dolor.
Yo no debí acusarlos. No era un juez ni un maldito policía, era un periodista. Es decir un reconstructor de escenas, un antropólogo de la vida cotidiana. Hoy en día casi todos los periodistas son policías, jueces, espías. No dudan de hacer espionaje, de acusar a sus enemigos, de violentar la intimidad de quienes execran. Personalmente no creo en la intimidad ya que oculta la privacidad de las más apestosas formas de vida. La intimidad es una intimación a lo público. Hasta lo que se hace en los baños debería ser público. La burguesía ama la privacidad porque allí ocultan la dicha inevitable que construyen con el dinero.
No me siento culpable ni me arrepiento de lo que hice, pero no puedo evitar remorderme. La culpa es una deuda que jamás podrá pagarse, el remordimiento es el recuerdo casi corporal de un daño cometido. Y lo que más repudio es haber atacado y herido a quienes habían sido mis mejores amigos.
En estas dos décadas transcurridas, el rock fue extinguiendo la llama de su pasión transformadora y todas las bandas, sin excepción, se dedicaron a acumular dinero utilizando los recitales como si fueran shoppings. En la base de todas las creencias (las religiosas especialmente pero también en la que se proyecta admiración a un artista) yace la idiotez y la ignorancia. La necesidad de tener creencias es la manifestación más espectacular del miedo. Miedo a la nada, a la orfandad, al abismo de la muerte, a la negrura del cosmos, a ese presagio de inexistir que yace en la raíz de toda existencia. El arte fue la creación más espectacular para evitar esa percepción del vacío.
Lo que sucedió en Cromagnón transformó la muerte de Bulacio en una anécdota casi frívola. Nunca fui tan amigo de Chabán como del Indio, sin embargo, desde el mismo día de la tragedia comencé a sentir una triste compasión por su destino. Descubrí que somos víctimas de nuestras ambiciones y que cuando éstas más se acrecientan, mayor es el peligro para nuestro ser. El Indio está cada día mas cerca de esas fauces y su público, ciego a la auténtica música es cada vez más parecido a las multitudes que concurrían a los circos romanos.
El arte y el deporte siempre fueron nuestros peores enemigos.
Hoy, el mundo ha desaparecido por completo y vivimos entre las nieblas que emanan sus fantasmas.
Tweet |