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En esta nota, Rodríguez y el defensor juvenil Julián Axat denuncian los ocho homicidios de chicos ocurridos en menos de cinco meses en manos de la policía en la ciudad de La Plata. "En tres de esos casos encontramos llamativamente la misma versión policial", señalan.
J.S.R. es el joven de 15 años que fue gatillado el jueves 20 de junio después de que dos personas se bajaran de una Trafic y le apuntaran a quemarropa. Esas personas resultaron ser de la Bonaerense. J. recibió dos tiros y sigue internado en el Hospital San Martín. Según la versión policial, una vez más, se trataba de un joven que intentaba robar a una persona que se venía desplazando en motocicleta que, casualmente, era otro policía vestido de civil. Se trataba del sargento Juan Carlos Noguera que ayer fue puesto en libertad por el fiscal Marcelo Romero.
Le pasó lo mismo a Omar Cigarán después de que vecinos del barrio Hipódromo pidieran su “cabeza” en una reunión en el club Ateneo Popular al Comisario de la Segunda una semana antes. Se sabe, no “hay olfato policial sin olfato social”. Detrás de la brutalidad policial están los “vecinos alertas” apuntando con el dedo, mapeando el delito a los comisarios del barrio, presionándolos para resolver situaciones que luego vienen por cualquier medio. Dice la versión policial: el 15 de febrero de este año, cuando un policía bonaerense volvía de prestar servicios en Quilmes mató a un adolescente de 17 años que intentaba robarle la moto a otro efectivo que iba de civil, en 122 y 43.
Diez días después, otro policía que estaba de franco fue interceptado por dos delincuentes cuando paró su moto en el semáforo de 7 y 80. Ellos también iban en moto y el que viajaba como acompañante bajó de un salto, para pararse al lado de la víctima y encañonarla. El policía le entregó su moto, pero cuando huía –siempre según la versión del agente–, el supuesto ladrón volvió a apuntarle, él sacó su arma reglamentaria y disparó. El joven cayó y falleció casi en el acto.
En la mañana del 4 de junio pasado, un policía federal que repartía citaciones –también vestido de civil– fue reducido por tres motochorros en 9 entre 90 y 91. Querían su moto y su mochila, por lo que el agente sacó el arma y tras un cruce de disparos uno de los “ladrones” cayó muerto, mientras el otro resultó herido. En la ciudad de La Plata y el conurbano parece que se está poniendo de moda robarles a los policías vestidos de civil. Este es el nuevo modus operandi de los “pibes chorros”.
Miradas las cosas a través de los partes policiales los hechos parecen calcados. Este es el octavo homicidio en menos de 5 meses en manos de la policía en la ciudad de La Plata, y en tres casos encontramos llamativamente la misma versión policial. Pero detrás de la escena, también encontramos otros patrones: pibes prontuariados, pibes asistencializados en los que fracasó un sistema de protección; pibes hostigados sistemáticamente que denunciaban persecuciones policiales.
La pregunta es si estamos frente errores o a excesos, o ante rutinas institucionales brutales que forman parte de los modos informales de estar en la ciudad. ¿La policía “tira citas podridas” a los jóvenes “que meten ruido” en el barrio para “borrarlos del mapa”? ¿Se monta una escenografía, se planta armas, se planta testigos, se espanta testigos, se arroja vainas, se inventa llamadas para encubrir los hechos? La policía sabe que los fiscales miran los hechos por el ojo de una cerradura, que son una máquina de convalidar letras y firmas, siempre dispuestos –por pereza intelectual y prejuicio de clase– a comprar rápidamente la versión policial. La policía también conoce el timing de los medios amarillistas que cuando dan parte escriben “delincuente abatido”. En el último caso, el de J.S.R., se trata de Javier Alberto Fredes, un comisario que viene desplazado de Lomas de Zamora después de que la muerte de la joven Mayra Mieres (20 años de edad) revelara la relación entre transas y agentes de la policía. Otro caso que involucra al personal de la comisaría Novena de La Plata, la misma donde desapareció Miguel Bru, y mataron a Daniel Migone, cuyo juicio se está llevando en estos momentos.
La rutina parece novedosa y viene a ocupar el lugar que tenían las “muertes en enfrentamiento” de hace más de treinta años. Como “muertes en enfrentamiento en ocasión de robo”, cliché de la policía de la democracia para vender al periodismo los hechos y disimular fusilamientos. Y hoy: “policía se resistió a que le robaran”. Ya no hay terceros, la víctima es el propio policía. Esta fórmula tiene la ventaja de victimizar al agente policial, de subrayar que se trataba de un policía que, como cualquier ciudadano –recordemos que están siempre vestidos de civil–, se estaban defendiendo de los “delincuentes”.
La cuestión es compleja, porque bajo esta fórmula, des-entramar una simulación de la escena, depende de testigos de los hechos, los que nunca existen porque ocurren en lugares alejados, porque si existen son amedrentados para que no existan. El policía cumple un libreto: hace su descargo explicando que “el delincuente tenía un arma y me apuntó, yo dije que era policía y disparé…”. Legítima defensa. Las balas percutadas son siempre 9mm. Como el muerto no habla, todo queda en el descargo policial. Así trabajan los Fiscales de la Provincia de Buenos Aires, reconstruyen la escena con la versión policial y con la delegación de la investigación del crimen en la propia policía.
Nada de esto podría hacerse sin aval de un cuádruple imaginario: el policial, mediático y social. La justicia (como último aval) tantea esos avales, y después libera al justiciero. El clima de eliminación que permite que los casos se repitan son estos eslabones concatenados que llevan a premiar al justiciero y a condenar al ajusticiado. El clima del “uno menos” es un rezago de la dictadura en democracia. La fórmula “policía se resistió a que le robaran” es otro monstruo semiológico. Las estadísticas oficiales de estos casos en la Provincia son ocultas, solo los medios las reproducen en la coyuntura. En La Plata hemos decidido visibilizarlas. Si J.S.R. sobrevive, puede que las cosas sean contadas de otra manera, pero para eso se necesita un fuerte apoyo institucional y colectivo. Sin ese apoyo, los héroes siguen siendo los justicieros; y no la Justicia.
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