El aire estaba cargado: no era una conferencia de prensa típica. Era la primera aproximación al nieto de una abuela emblemática, Estela. Ese que conmovió a millones de personas como si fuera de su familia, el hijo de Laura Estela Carlotto y de Walmir Oscar Montoya.
Dos horas antes, fotógrafos y camarógrafos se sacaban chispas para acomodar las cámaras en el salón de la Casa de las Abuelas. Los hermanos Remo Kibo y Claudia se ubicaron detrás de la mesa como ángeles guardianes, junto a sus hijos, que cargaban a upa a los bisnietos de la presidenta de Abuelas. Estela y su nieto entraron al salón en medio de un tremendo operativo de seguridad y del griterío histérico de los medios por acomodarse en la cobertura.
Mientras su abuela trataba de protegerlo del frenesí periodístico, sus tíos maternos -también había parte de la familia Montoya- hacían señas para que los trabajadores de prensa bajaran un cambio.
-Buenas tardes, yo soy Ignacio. O Guido.
Si algo quedó claro en la conferencia de ayer es que Ignacio-Guido es el nieto soñado para Estela por un guionista de cine (aunque no podríamos hablar de final feliz con tanto dolor y muerte). Hacía 48 horas que el huracán de la verdad se había instalado en su vida y entre sus primeras palabras pedía a otras personas que sintieran dudas que se acercaran a Abuelas y se dejaran arrasar como él por el derecho a la identidad. “Quiero que esto que me pasa a mí sirva para potenciar esta búsqueda”.
Ante la insistencia en llamarlo Guido se permitió el humor, ese que los Carlotto conocen tan bien, un rasgo que comparte con su madre Laura: “Metele un Ignacio, dale”. Cada vez que se refirió al tema, los tíos maternos y su abuela lo acariciaron o le palmearon los hombros cariñosamente, mientras a su mujer Celeste, silenciosa y conmovida, se le nublaban los ojos.
Sereno, introvertido, sencillo, cálido, honesto, entero a pesar de ese espacio de incompletud que llegó con la verdad. Así se lo vio ayer. Y con un discurso tan afín a todos los Carlotto, que su tía Claudia -una mujer extrovertida, inquieta, aguda y arremetedora- lo miraba hipnotizada, con la mirada dulce y delicada de quien contempla a un sobrino recién nacido.
Los Carlotto parecían redescubrirse a sí mismos. La volvían a tener un poco más cerca a Laura. Y si algo les faltaba para coronar la felicidad era que él desplegara un discurso que parecía forjado en los domingos familiares con el estofado de tres tiempos preparado por la abuela Estela.
En medio del vendaval emocional que debe atravesar, sus frases sonaban redondas y contundentes, y por momentos poéticas, como si otras voces también hablaran a través de la suya. El rostro de Estela -¿quién no se alegró con ella por el modo en que la sonrisa extática le atravesaba la cara?- y su pecho parecía también sonreír y elevarse orgulloso cuando Ignacio hablaba de “construcción colectiva”, de “pequeña victoria”. O cuando se refirió a la militancia de sus padres.
"Evidentemente hay una memoria genética y una energía que trasvasa todo, y hace que hoy yo esté acá en el lugar del que nunca me tendría que haber ido. En algún lugar debe estar la relación, porque sino, yo que fui joven en los 90, habría ido para otro lado, hubiera terminado haciendo otra cosa. Ser artista es una actividad política también", dijo el nieto, que es pianista y director de una escuela de música, y que alguna vez tocó en el centro Cultural Haroldo Conti (ex ESMA). Entonces él no sabía que hay pistas que indican que su mamá Laura estuvo unos días ahí, en la ESMA, antes de ir a parar a La Cacha, donde transcurrió el embarazo. Ayer también hizo una alusión a unas jornadas de Música por la Identidad de las que participó en San Fernando en 2010. Fue la primera vez que pudo verbalizar sus dudas respecto de sus orígenes.
Ignacio, plantado en esa subjetividad sorprendente, hace que uno se pregunte cómo se construye la identidad. ¿Hasta dónde llega la imperturbable carga de los genes? ¿Cómo se significan las cuestiones subjetivas y las elecciones que están en la esencia estructural de quiénes somos? ¿Qué le habrá dicho/transmitido Laura mientras sentía cómo ese bebé crecía y le pateaba suavemente las entrañas? Y:¿cómo la habrá ayudado él a ella a aferrarse a la vida ante el poder desaparecedor de los represores, convencidos de que eran dioses que podían disponer de la vida, la muerte y de los bebés?
El terrorismo de Estado mentó un plan sistemático único en el mundo: “desaparecer” a los hijos de los militantes. Educarlos con otros valores, lejos de las convicciones y los rituales de sus padres. Como escribió Pilar Calveiro: “Esta fractura de la historia en los ascendientes y en los descendientes ha creado un agujero en lo simbólico.
Ignacio fue despojado del pecho de su madre, de su familia, de su nombre, de su historia.
Y acá está, éste es él. Escucharlo hablar es -en alguna medida- cicatrizar. Sus palabras suenan como una melodía poderosa. La música que no se ve pero flota. La música que sobrevivió a los campos de concentración, a la tortura de su madre embarazada, al nacimiento en cautiverio, al robo siendo un bebé, a la identidad falseado. Libre de mentiras, sigue sonando 36 años después. La música, el lazo invisible, indisoluble, infinito, que lo une a sus padres.