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Pocos argentinos saben que el último presidente constitucional de Brasil antes del golpe de Estado de 1964 falleció en la Argentina. El fiscal Miguel Osorio incluyó su muerte dentro de la investigación por los crímenes del Plan Cóndor.
Jango Goulart murió en la provincia de Corrientes, en la ciudad de Mercedes, a unos cien kilómetros de su país en una fecha tan extraña como el 6 de diciembre de 1976. Casi cuarenta años después aún no sabemos a ciencia cierta la causa de su muerte. Por un lado, Gourlart sufría una enfermedad cardíaca por la cual estaba medicado. Por otra parte, ha habido muchísimos elementos que indican que existió un plan para asesinarlo. Es el único presidente brasileño que murió en el exilio.
Había nacido en San Borja, en la misma ciudad que Getulio Vargas, ubicada sobre la frontera con Argentina. Era un hombre sencillo y muy querido. Después de colaborar con el gobierno de Vargas llegó a ser el máximo dirigente del Partido Trabalhista Brasileiro fundado por Getulio. Y a inicios de los sesenta alcanzó la presidencia de Brasil, manteniendo su compromiso con la justicia social y la democracia. Un lugar difícil: los sectores de derecha civil y militar no dejarían de hostigarlo con sus críticas. Cuando lo derrocaron, Jango se exilió en Uruguay y, después de 1973,aceptó la invitación de Perón para instalarse en la Argentina. Además de sus oficinas en Buenos Aires, compró un campo de alrededor de dos mil hectáreas en Corrientes, a unos cien kilómetros de Uruguayana. Una distancia que le permitía recibir las visitas de sus amigos y compañeros de partido. De todos modos, él pasaba en la Villa, su estancia correntina, tres o cuatro días cada quince; el resto del tiempo se repartía entre Buenos Aires y otros lugares.
El año 1976 fue duro para Jango. Las dictaduras militares habían ocupado todo el Cono Sur. Cada vez estaba más aislado en el exilio; cada vez eran menos las relaciones políticas con sus grupos en Brasil. El gobierno argentino, que antes lo trataba como a un ex-presidente extranjero y le daba custodia, había cambiado.
¿Fue envenado o murió por su enfermedad? Hay elementos para sustentar ambas hipótesis. Goulart estaba bajo tratamiento cardíaco. Viajaba a Europa para atenderse; estaba medicado, había dejado de fumar y debía cumplir una dieta estricta por prescripción médica. Todo eso hizo suponer, con argumentos, que su muerte fue resultado de la enfermedad. De hecho, quienes estaban cerca de él en los últimos años solían repetir públicamente esa explicación y no faltan quienes consideran que cualquier otra posibilidad es mera elucubración. Sin embargo, hay otros indicios que merecen ser tenidos en cuenta.
¿Era un peligro Jango para la dictadura militar brasileña? Lo era, ya que junto con Juselino Kubischek, era una figura democrática con popularidad. Kubischeck falleció en un extraño accidente de automóvil en Río de Janeiro en agosto de 1976.
La Folhade Sao Paulopublicó hace tiempo un documento que revela que tres meses antes de la muerte de Goulart el ejército brasileño, entonces comandado por el general Sylvio Frota, había pedido la “detención e incomunicación absoluta” del ex presidente. Fue Leonel Brizola quien volvió a lanzar en 2000 la duda sobre su fallecimiento. Después de sus dichos, comenzó una investigación y se dieron a conocer nuevos elementos, además de acusaciones cruzadas. Un comentario repetido es que al médico brasileño Idil Rubin Pereira le impidieron realizar una autopsia cuando ingresó el cuerpo de Jango a Brasil.
El hijo de Jango, João Vicente Goulart acusó a uno de los amigos de su padre, el empresario uruguayo Foch Díaz, de ser el agente que controló al ex presidente a lo largo de todo su exilio. Hay más indicios. Desde la celda que ocupaba por delitos comunes en Porto Alegre, Ronald Mario Neira Barreiro, un ex-teniente de la Policía uruguaya le escribió una carta a la comisión investigadora. Allí afirma que en Uruguay, Jango era vigilado las veinticuatro horas. Dice que cuando el ex presidente se desplazó a la Argentina, tres agentes uruguayos habrían sido designados para “terminar el trabajo”: un médico especializado en muertes provocadas por ingestión de venenos y drogas, un perito balístico y un fotógrafo de la policía. El mismo Barreiro habría dicho que participó del envenenamiento de Jango. Esas afirmaciones se combinan con la presencia de agentes argentinos en las oficinas de Jango en Buenos Aires. Se puede dar por cierto que Jango era vigilado e, incluso, es más que probable que existía un plan para matarlo.
Para agregar más sospechas, un piloto uruguayo que trabajaba para Jango en el exilio murió de un infarto cuando viajaba en 2000 desde Buenos Aires a Montevideo llevando documentos para presentar a la justicia sobre la muerte de su jefe. Según un denunciante, no se encontraron los archivos que el piloto llevaría consigo, que supuestamente incriminarían a Magalhaes en la apropiación indebida de bienes del ex-presidente.
La teoría del asesinato afirma que Jango habría sido envenenado con alguna sustancia que le provocó un paro cardíaco. Eso explicaría por qué ni su esposa, ni el médico ni sus amigos pudieron darse cuenta. Es llamativo, sin embargo, que si Jango tenía sospechas acerca de esa posibilidad, su familia no hubiese exigido una autopsia. Al mismo tiempo, esto podría comprenderse en el contexto opresivo de los regímenes militares de ambos países. Incluso así, resulta extraño que la familia no volviera sobre la cuestión, sino más de veinte años después. Pareciera que sólo hoy se ha producido un contexto político que, tras la exhumación del cuerpo de Jango, permitirá saber la verdad histórica.
Estoy convencido de que cuando Jango falleció estaba rodeado y era el objetivo más alto que haya tenido el Plan Cóndor: magnicidio. Es una gran noticia que hoy, allí donde había colaboración entre militares para el secuestro y el asesinato, asome la posibilidad de una verdadera coordinación judicial para saber la verdad. El poder judicial de Brasil y de la Argentina deben llevar la investigación hasta las últimas consecuencias. Van a chocar con poderes que aún hoy invitan a no remover el pasado. Pero el pasado sólo descansará en paz cuando pueda alcanzarse la verdad y la justicia. Sólo así los pueblos podrán construir una memoria sobre los tiempos que nunca más retonarán a nuestra región.
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