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Los mellizos Reggiardo Tolosa declararon en el juicio de La Cacha. La historia de los dos niños nacidos en cautiverio y apropiados por un policía de la Federal llegó por primera vez a un juicio oral. Crónica de la jornada más emotiva del juicio.
Eran las ocho y cuarto de la noche. La audiencia en la sala de la ex Amia donde se lleva a cabo el juicio por los crímenes en La Cacha había sido extenuante: no sólo por lo extensa, sino por la carga emocional. Habían declarado Adelina de Alaye –madre de Plaza de Mayo de La Plata-, Eduardo Tolosa y sus dos sobrinos, los mellizos Matías y Gonzalo Reggiardo Tolosa. El testimonio de Gonzalo llegaba a su fin.
- ¿Puedo decir unas últimas palabras?
- Por supuesto- concedió el presidente del tribunal, Carlos Rozanski.
- No voy a decir nada relativo a lo jurídico. Dejaré que nuestro sistema republicano haga justicia, pero quería trasmitir que en mi fe cristiana. Imploro a Dios que le dé a usted la sabiduría más magnánima que necesita un magistrado para impartir justicia. De más está decir que espero justicia por mi padres. Este es un día bisagra en la historia de mi vida.
En la sala flotó un aplauso interminable. El mellizo se paró, enfundado en su traje verde ceñido, y le dio la mano, uno por uno, a los abogados defensores y a los jueces del Tribunal Oral N° 1 de La Plata. Inclusive a Jaime Lamont Smart, que estaba sentado en una segunda fila de las defensas –ejerce la propia en este juicio- y había sido durante un tiempo el abogado de Samuel Miara, el policía federal que los apropió.
La primera declaración en un juicio oral de los mellizos Matías y Gonzalo Reggiardo Tolosa, nietos restituidos en 1993 por Abuelas de Plaza de Mayo por vía judicial, había comenzado unas tres horas antes, con la respuesta de Matías a la pregunta de si se sentían víctimas, ellos y su familia, de la última dictadura.
- Por supuesto –respondió sin titubeos el primero de los mellizos en prestar declaración-. Mis padres fueron secuestrados, desaparecidos, torturados por la última dictadura militar. Yo nací en la enfermería del penal de Olmos, que se encontraba al lado del centro clandestino de detención.
Matías Reggiardo Tolosa subió al estrado pasadas las cinco de la tarde, de pantalón caqui y chomba blanca. Con voz pausada, pero con mucha claridad, respondió las preguntas de los jueces, el fiscal, los abogados defensores y las querellas.
- ¿Cuándo te enteraste de tu verdadera identidad?
- Yo me enteré en el año 92, o a fines de 1991, cuando se conocieron los resultados de los exámenes de histocompatibilidad.
Los primeros indicios habían aparecido casi diez años antes. Una parte de la Beatriz Castillo, la apropiadora y esposa del policía federal Samuel Miara, era humilde y peronista. Su padre y algunos hermanos no aprobaban su relación con el hombre que durante las reuniones familiares se jactaba de su compromiso en “la lucha contra la subversión”. A fines de la década del 80, Castillo perdió un embarazo. Los Miara aprovecharon esa circunstancia, se fueron de su casa un tiempo y volvieron de un viaje a Mar del Plata con los mellizos. Eso generó un gran revuelo en la familia Castillo, porque muchos de ellos conocían los problemas de fertilidad de Beatriz, y los mellizos no se parecían en nada a sus supuestos padres. Una prima fue quien finalmente le transmitió sus sospechas a las Abuelas.
En 1986, cuando Miara supo que lo estaban investigando, escapó a Paraguay, a pesar de las advertencias de Abuelas al juez Miguel Pons de que podía suceder. “Nos llevaron en un vuelo ilegal, no declarado, nos bajaron en Iguazú y nos cruzaron en auto a Paraguay. Miara tenía contactos con la dictadura de Stroessner”, relató ayer Matías.
En la huída, Miara quemó gran parte de los buenos ahorros que había hecho como comerciante después de la dictadura, porque no pudo trabajar. Paraguay, con el régimen de Stroessner era un destino acogedor para los apropiadores de bebés: los mellizos jugaban con Pablo Casariego Tato, entonces apropiado por el médico de Campo de Mayo Norberto Bianco, y conocieron a Natalia Suárez Nelson, apropiada por el cantante de tangos Omar Alonso. También recuerdan a Juan Cabandié, apropiado por Luis Falco. Allí les inventaron una historia a los chicos.
- ¿Qué les habían dicho?
- Qué un superior de Miara, el comisario Fioravanti, nos había encontrado huérfanos y nos había entregado al matrimonio. Como Fioravanti estaba muerto no podía corroborar esta información. Al principio le creímos, aunque con el tiempo nos dimos cuenta de que escondía algo.
Tuvieron que esperar muchos años para conocer la verdad. Era un enigma sin respuesta en el expediente, cómo habían llegado a las manos de un policía federal habiendo nacido en un centro comandado por el Ejército. En 2012, fueron identificados los restos de Juan Enrique Reggiardo, su padre biológico, en el Pozo de Arana. Sólo había quedado una mano porque carbonizaron el cuerpo. Fue un gran shock para los mellizos. “La prueba final de que los habían matado”, dijeron ayer.
“Quise saber más sobre el origen de mi viejo”, detalló Gonzalo. Fue al juzgado federal de La Plata. Una secretaria, Ana Cotter, le preguntó quién era su padrino de bautismo: los apropiadores solían honrar con ese título como agradecimiento a los que entregaban niños como botín de guerra. “Ricardo Fernández”, contestó Gonzalo. Las empleadas judiciales saltaron de la silla. Le trajeron el legajo de Ricardo Armando Fernández, hombre del Destacamento 101, la estructura de inteligencia del Ejército que conducía La Cacha. Sí: era su padrino. El vínculo estaba resuelto.
En 1993, cuando el juez Jorge Ballesteros ordenó que se les entregara el nuevo DNI, los acompañó al registro de las Personas. Los atendió el director en persona. Era Ricardo Fernández.
Gonzalo declaró cerca de las siete de la tarde. Después de las respuestas de rigor, juró con la mano en alto, por los Santos Evangelios, decir la verdad. El cuestionario de la querella de Abuelas de Plaza de Mayo fue calcado al de su hermano.
- ¿Dónde fue tu nacimiento?
- Se supone que se produjo en el Hospital de la Unidad Carcelaria de Mujeres, adentro del predio de la cárcel de Olmos.
María Rosa Tolosa, Machocha, estaba secuestrada en La Cacha cuando su embarazo llegó a término. Patricia Pérez Catán, estudiante de medicina y compañera de cautiverio, estaba a su lado cuando empezó el trabajo de parto. Después de gritar, ella y sus compañeras, un guardia les dió un reloj para calcular el intervalo entre una contracción y la siguiente. Pérez Catán recordaría mucho después, en los estrados judiciales, que cuando se la llevaron a dar a luz Machocha tenía las rodillas especialmente lastimadas: el embarazo había sensibilizado a los torturadores, que focalizaban el paso de la corriente en sus piernas. Nadie volvió a verla después de ese día
- ¿Y qué pasó en los momentos posteriores al parto?- le preguntaron el viernes a Gonzalo en el estrado.
- Lo que se puede saber, y creo que están de testigos en este juicio los médicos que asistieron a mi nacimiento, es que las secuestradas eran llevadas a parir a este hospital, pero se requería que no haya un registro formal de la situación. Yo pude pasar unas pocas horas con mi madre, y mi padre supo de mi nacimiento por personal del centro clandestino.
- ¿Supiste quién le comentó a tu padre de tu nacimiento?
- No recuerdo quién.
La escena que ellos no podían recordar la relataron al menos tres sobrevivientes de La Cacha durante la instrucción de la causa. Quién bajó al sótano donde los tenían cautivos, a avisarle a Juan Enrique Reggiardo que había sido padre de mellizos, fue un guardia joven, rubio y percherón, que en el socavón se hacía llamar “Pablo”. Es el apodo con el que hoy llega a juicio uno de los imputados: Claudio Raúl Grande.
Después de una ardua batalla judicial y mediática –que incluyó una carnicería mediática de periodistas como Mariano Grondona y Chiche Gelblung-, a fines de 1993 los mellizos fueron restituidos a su familia biológica. Su tío Eduardo había contado un rato antes que durante esos meses, los Miara nunca dejaron de rondar: le encontraban a los jóvenes grabadores sofisticados en dónde Miara aparecía sugiriéndoles que les pegaran, que como eran menores no podían hacerles nada. La presión fue tal que su tío renunció a la guarda a mediados de 1994.
- ¿Cómo fue la relación con tu tío Eduardo?- preguntaron ayer los abogados.
-Desde 1994 se produjo un alejamiento con mi tío. Me costó trece años de mi vida caer en la cuenta el vacío en el alma que significa la no búsqueda de los orígenes propios. La vida en matrimonio de quien era en ese momento mi pareja me llamó a reflexión. Al ver casos de otros hijos de desaparecidos en los medios, llegó un momento en que me dije: si ellos pueden acercarse a su familia, recuperar sus orígenes, por qué yo no.
La sala estalló en aplausos. Ayer, Matías y Gonzalo Reggiardo Tolosa cerraron una etapa vital.
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