Tweet |
El relato de Araceli Gutiérrez paralizó el juicio de lesa humanidad de Olavarría. Es la única mujer que pasó por ese centro clandestino de Monte Peloni. Relató cómo su padre, también secuestrado, tuvo que elegir cuál de sus hijas en cautiverio sobreviviría. El testimonio lo escucharon sólo dos de los cuatros imputados: Verdura y Ferreyra están internados.
La declaración testimonial de Araceli Gutiérrez insumió más de cuatro horas de la cuarta audiencia y terminó a puertas cerradas, por un arreglo de los jueces y las partes. Durante la evocación de su cautiverio, entre los recuerdos de un padre torturado, una hermana y un cuñado asesinados, Araceli contó la violación que sufrió en Monte Peloni. Trajo al debate un tema actual y urgente: los delitos sexuales en los centros clandestinos. Después del relato descarnado, que casi condensó con la imagen del caño de un arma en sus genitales, una de las abogadas defensoras volvió sobre el tema. Pidió que se leyera una declaración anterior para marcar una presunta contradicción, o un olvido. “Eso no es materia de este juicio (la imputación por la violación está en Monte Peloni 2, aún en instrucción), y no hace falta volver sobre un tema traumático para la testigo”, dijo el presidente del Tribunal Oral Federal de Mar del Plata, Roberto Falcone.
Siguió Claudio Castaño, el abogado defensor de Rubén Leites, quien la interrogó con interrupciones bruscas y tono policial. “Y la picana también la supone… porque no la vio, imagino”, le preguntó con sarcasmo. El presidente del tribunal dijo que la pregunta era improcedente e irrespetuosa. “Entonces a Leites lo tiene que defender Dios”, insistió el defensor. Falcone lo reconvino a cambiar el tono y la forma. “Si usted no tiene la sensibilidad necesaria para preguntar en este tipo de juicios, como sus colegas, va a tener que hacer un curso”, le dijo. Hubo aplausos. “Mi silencio es mi respuesta a su consejo, señor”, lo desafió Castaño.
En ese momento, el abogado de la querella César Sivo pidió un cuarto intermedio para que Araceli se entrevistara con los expertos del Codesedh, el organismo de acompañamiento psicológico a víctimas y testigos. Araceli pidió un calmante. Luego de deliberar, el tribunal decidió que la declaración siguiera con la sala vacía. Cuando apareció por el pasillo, finalmente, el público –estudiantes, activistas, familiares- la recibió con aplausos y coreó su nombre. Se cruzó en un abrazo eterno con Carmelo Vinci: dos sobrevivientes.
Después declararon Juan Manuel Ledesma, sobrino de Araceli; Néstor Elizari, su pareja de entonces; y Rolando Bustos, un compañero de la fábrica Cerro Negro de Elizari. Todos contaron el calvario de seguir viviendo después de Monte Peloni.
Araceli Gutiérrez comenzó a declarar cerca de las 14.20. Afuera del SUM, en los pasillos de la facultad de Ciencias Sociales, hubo gente que se quedó sin lugar. “Es porque hoy declaró Araceli”, comentó Mariana Pareja -hermana del desaparecido José Alfredo- que ocupó su lugar en la sala. El ex general Aníbal Ignacio Verdura, principal imputado en la causa, no estuvo para escucharla: lo internaron por una descompensación severa antes de la audiencia. Tampoco el ex sargento Omar “El Pájaro” Ferreyra, que seguía en el hospital con un diagnóstico grave desde el miércoles. Así, a una semana de haber comenzado el juicio en Olavarría, de los cuatro imputados sólo dos de ellos permanecían en la sala. Según confirmaron desde el tribunal a Infojus Noticias, la situación procesal de Verdura y de Ferreyra no se modificará.
Araceli llegó maquillada, abrigada con un chal violeta. El juez le preguntó su nombre y su profesión.
- Soy empleada pública y estoy como casera en el ex centro clandestino de detención Monte Peloni.
Así empezó el relato de la única mujer que pasó por Monte Peloni, aunque todo –para ella- comenzó en noviembre de 1976, en La Plata. “Hay un enfrentamiento en la casa de mi hermana, Amelia y su marido, Juan Carlos Ledesma”, contó. Los vecinos les avisaron que no volvieran y se mudaron a Olavarría. Diez meses después secuestraron a su padre, el subcomisario Francisco Nicolás Gutiérrez, en Tandil. Lo torturaron para que dijera dónde estaban sus hijas y su yerno. Él se negó a dar esa información. Entonces fueron a lo de una tía, y desde ahí a la casa donde vivía Araceli.
Encuentros en el monte
Después de una primera visita tres días antes, el 16 de septiembre de 1977 la patota volvió a su casa. Tiraron la puerta abajo la golpearon. La envolvieron en una frazada, la esposaron y la subieron a un coche. La manosearon. Después de un tiempo de viaje, la bajaron junto con otros en la Brigada de Las Flores, pero olvidaron vendarla. Vio una fosa de auto, dos cocinas de querosén -una blanca y una verde-, reconoció a Oscar y Osvaldo “Cacho” Fernández, Cassano, (Néstor) Elizari. Después le vendaron los ojos. Escuchó a uno de sus captores decir: “A ésta la máquina no”, y la arrastraron hasta la celda. Ahí se encontró con Graciela Follini de Villeres. “Estaba muy torturada”, contó Araceli.
En un momento pidió que le curaran el ojo y le levantaron la venda. “Vi en el costado del baño un vestido de embarazo que le había dado a mi hermana y unas latitas de leche Nido que había pintado mi cuñado”. Les habían robado latas de pinturas. Su hermana había tenido a su hija seis días antes del secuestro, y se la llevaron consigo. A Juan Manuel -un año y un mes- lo dejaron con sus vecinos: ayer declaró un rato después de Araceli.
Bombones para torturar a las madres
El tramo en el que describió lo que pasó en lejano casco de estancia fue espeluznante. En su afán pedagógico, Araceli rechazó el ofrecimiento del tribunal de que la sala fuera desalojada para su testimonio. “Una de esas noches de aquelarre, se sentó al lado mío un señor que, por el olor, fumaba cigarrillos negros. Y empezó a manosearme. Después vino otro. Y a mí lo único que se me ocurría preguntarles era: ‘no puede ser mañana’. Eso les pedía, una y otra vez” contó. La sala se mantuvo muda. Unos días después, llegó un médico que revisó sus heridas físicas. “A esa altura, yo ya tenía tres hijos. Y él era especialista. Para mí era un médico de mujeres”, dijo.
El día de la madre, en octubre, el sadismo continuó: le pusieron en la mano una caja de bombones. Araceli los repartió con los otros cautivos.“Todo esto lo hacían para desestabilizar”, explicó la testigo.
Después contó la decisión que le obligaron a tomar a su padre. Estaba secuestrado en la Brigada de Investigaciones de La Plata (BILP), de donde sería liberado en febrero de 1978. La hermana de Araceli también. Su cuñado, Juan Carlos Ledesma, nunca había vuelto de una incursión al Pozo de Banfield. “A mi papá le dieron a elegir entre mi hermana y yo. Mi padre no hablaba de eso casi, pero una vez me contó: cuando le dieron a elegir, Amelia ya estaba muriéndose. Y bueno, yo estoy acá y mi hermana no. Es el peso que tuvo que cargar mi padre, y ahora cargo yo”, dijo la mujer, y el silencio se hizo más fuerte.
A principios de noviembre Araceli fue trasladada a la cárcel de Azul, adonde la ingresaron y la tomaron los datos vendada. “En el patio me sacan la venda y pareció que me habían clavado dos puñales en los ojos”. Allí la visitó Oscar Saint Jean. En abril del ’78 llegó a Devoto donde recibió la visita del imputado Grosse. “Eran dos personas. Una hablaba conmigo y yo lo identifico como Grosse, yo no sabía en ese momento. Me dijo que me portara bien, que en algún momento iba a recuperar la libertad, que no me involucrara en algunas protestas”. Para entonces Araceli ya era delegada del piso.
Las secuelas
Quienes pasaron por Monte Peloni no volvieron a ser como antes: psíquica ni físicamente. Araceli tienefibromialgia con fatiga crónica, una enfermedad que –se ha estudiado- se dispara por un episodio traumático que el hombre no puede asimilar.“No tiene cura, es autoinmune y duele muchísimo”. Seis años atrás, le descubrieron un cáncer mamario y una fobia a la anestesia. Su padre sufrió dos ACV y casi ni caminaba. Su hija mayor no pudo ir a verla a la cárcel, hoy tiene 42 años y un leve trastorno.
Néstor Elizari, su pareja entonces, nunca se recuperó. Hoy declaró en la segunda parte de la audiencia. Trabajaba en la fábrica Cerro Negro, que luego del secuestro lo dejó cesante. “Tuve que vivir de changas de albañilería”. Elizari fue secuestrado con 95 kilos un mes después llegó a la cárcel de Azul con 60. “No me podía parar y había perdido toda la fuerza.“No tenía el mismo genio que antes. Salí más violento, no podía discutir con nadie porque me peleaba”, dijo Elizari, que tiene brumoso gran parte del cautiverio.
El sobrino de Araceli, Juan Manuel Ledesma, tenía un año y medio cuando se llevaron a sus padres. Ayer le preguntaron por el efecto de esas ausencias.
- Los extraño siempre: cuando nació mi primera hija, un partido de fútbol, una charla de café, un mate. El día del padre recién lo empecé a festejarhace un año y medio. Mis cumpleaños los paso sólo, o con muy pocos. No tengo motivos para festejar.
Cuando vivieron en Córdoba, se quedaban esperando por si sus padres volvían. Juan Manuel tenía 13 años cuando lo sentó al abuelo y le preguntó si iban a volver. “La respuesta fue obvia. Ahí perdí la esperanza que era algo, cubría un vacío”.
Su abuelo, el subcomisario Gutiérrez, murió hace 7 años. “Fue un grande. Me ayudó a vivir sin odio”, dijo. Hizo unos segundos de silencio.
- Me dejó vivir.
Por la noche, el nombre de Araceli resonaba con fuerza en Olavarría. En las mesas de las casas y de los pocos bares de la ciudad, la gente seguía hablando de la casera de Monte Peloni. “Yo no sabía que pasaba ahí. Iba a jugar a lo de la piba y nos metíamos ahí y decía escuelita de campo”, decía alguien en la mesa de un café.
La salud de los represores
Según confirmaron desde el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata a Infojus Noticias la situación procesal de Verdura y de Ferreyra no se modificará. Podrán no asistir a las audiencias, en las que serán representados por la defensora oficial Marisa Labattaglia. El proceso seguirá normalmente y de ser necesaria la presencia de alguno de los dos en la sala de audiencias se evaluará en ese momento la situación de salud.
En la audiencia del miércoles –la primera en la que se pudieron escuchar los testimonios de víctimas y familiares– Ferreyra se descompuso y tuvo que ser internado en el Hospital Municipal de Olavarría, donde se le diagnosticó una grave enfermedad.
A lo largo de las tres primeras audiencias, Verdura se mostró parco, encorvado, siempre cerca de su bastón por si tenía que levantarse para ir al baño. Su andar cansino, de sus 82 años, contrastaban con la historia de terror que carga sobre las espaldas. Verdura llegó a juicio por ser el hombre que jugó a ser Dios en Olavarría. Más allá de su cargo como jefe del área 124, desde octubre de 1975 su verdadero poder residía en el apoyo social y político que supo construir entre los representantes de las “fuerzas vivas” de la zona. Para los olavarrienses, Verdura era algo así como un el dueño de la comarca. El hombre con el poder suficiente como para definir sobre la vida y la muerte de aquellos que el poder consideraba “subversivos”.
En las declaraciones del último miércoles su apellido sonó tantas veces que difícilmente su defensora pueda despegarlo de lo que se le imputa. Él es el único de los cuatro exmilitares sentados en el banquillo que imputado por los asesinatos de Jorge Oscar “Bombita” Fernández y Alfredo Maccarini. También deberá responder por los secuestros y torturas de las otras víctimas que se ventilan en este juicio histórico para Olavarría.
Carmelo Vinci dijo en su declaración que su madre se entrevistó con Verdura y que él primero dijo no saber nada sobre su paradero, pero que en otro encuentro le dijo que “estaba bien”, admitiendo así conocer la situación de Vinci. Otros que se vieron con Verdura fueron los familiares de Jorge Oscar Fernández. Primero, una de sus hermanas fue citada por el militar a su propia casa y ahí el entonces teniente coronel le dijo que consiguiera un ataúd para Jorge Oscar. Ella pidió verlo, quería reconocer el cuerpo de su hermano asesinado en un falso enfrentamiento, pero el mandamás le dijo que eso era imposible, que confiara que “ahí adentro iba a estar el cuerpo de su hermano”.
Después, Mario Fernández, también hermano de Jorge Oscar, se encontró con Verdura en su despacho del Regimiento de Tanques 2. La idea era acordar la entrega del cuerpo. Verdura recibió a Mario detrás de su escritorio, y en presencia de Grosse le dijo que sus hermanos –tanto Jorge Oscar como Osvaldo– estaban “muy comprometidos con el terrorismo y que lo lamentaba pero que no se podía hacer nada”. Entonces, Osvaldo seguía desaparecido.
Verdura egresó del Colegio Militar en 1952, y la dictadura lo encontró teniente coronel en la Guarnición Olavarría, compuesta por el Regimiento de Caballería de Tanques 2 y el Escuadrón de Ingenieros Blindados 1. A fines de 1977 fue ascendido a coronel por su compromiso con la “lucha contra la subversión”. “Vayan a reunirse con Verdura”: dicen era la frase de cabecera de algunos empresarios cuando los trabajadores intentaban organizarse.
Tweet |