Tweet |
Lo dijo Zoraida Martín, que declaró hoy junto a su hermana menor Adriana en el juicio de Mansión Seré, que tiene ocho imputados por delitos de lesa humanidad. Ambas fueron secuestradas en 1976, cuando tenían 14 y 16 años.
Cuando esta tarde entró a la sala del tribunal, Adriana Martín le agarró fuerte la mano a su hermana mayor, Zoraida, que había declarado más temprano ante el Tribunal Oral Federal 5 de San Martín. Las hermanas les contaron a los jueces los secuestros que sufrieron durante la última dictadura militar. La noche del 16 de diciembre de 1976, un grupo de tareas fue hasta la casa de las hermanas en Castelar. Con piñas, insultos y amenazas preguntaron por Zoraida, quien tenía 16 años. Decían que era oficial de la guerrilla y que había participado en un operativo donde habían matado a un cura. Nada de eso era cierto. Las hermanas militaban en la Unión de Estudiantes Secundarios y habían organizado los centros de estudiantes de sus colegios, pero no estaban en la lucha armada. Como no la encontraron se llevaron a su hermana Adriana, de 14. Un mes después integrantes de la Fuerza Aérea secuestraron a Zoraida en Mendoza, quien hoy después de tantos años se animó a contarle por primera vez a un tribunal las violaciones que sufrió y que le dejaron cicatrices que al día de hoy no puede cerrar.
El juicio de Mansión Seré tiene ocho imputados acusados de haber cometido delitos de lesa humanidad en la zona oeste del conurbano bonaerense. El TOF está integrado por los jueces Marcelo Díaz Cabral, Alfredo Ruiz Paz y María Claudia Morgese Martín. Los acompaña el juez sustituto Elbio Osores Soler. Está previsto que atestigüen 115 personas y que el debate oral dure un año.
Los acusados se sentaron en el costado derecho de la sala. Se trata de los tres ex policías bonaerenses: el ex comisario Néstor Rubén Oubiña, el excabo Felipe Ramón Sosa, y el ex cabo y ex auxiliar de la Fuerza Aérea, Héctor Oscar Seisdedos. También estuvieron los excabos Daniel Alfredo Scali y Marcelo Eduardo Barberis; los exbrigadieres Hipólito Rafael Mariani, César Miguel Comes y Miguel Ángel Ossés, que cumple arresto domiciliario y llegó al tribunal en silla de ruedas.
Adriana
Sobre el allanamiento en la casa de Castelar, Adriana recordó: “Cuando mi madre pidió que se identificaran, ellos dijeron que eran de la Fuerza Aérea. Los gritos de ellos, los insultos, las amenazas: `Zurdos de mierda, los vamos a matar’, eran terribles. Nos golpearon a mi mamá, también a mis hermanitos de 8 y 12 años. A mí me dieron patadas en el estomago. Me temblaba todo el cuerpo”. Su mamá la escuchaba desde la primera fila. Tina Carrión fue una de las Madres de Plaza de Mayo y hoy es secretaria de Derechos Humanos en Ituzaingó.
Adriana contó su historia con una nitidez precisa, como si estuviera volviendo a vivir toda aquella bestialidad otra vez. Contó su llegada a la comisaría 3ra de Castelar y de la odisea de los cinco interrogatorios que tuvo. “Me preguntaron por nombres de compañeros, por Susana, que era el nombre de guerra de mi hermana, y por operativos donde supuestamente había participado ella. Me pegaban piñas en la cara, golpes en la cabeza. No podía parar de temblar".
El juez Díaz Cabral le preguntó si su cuerpo aparentaba el de una chica de 14 años. La testigo dibujó una sonrisa irónica en su rostro y respondió: "Mi madre me decía enana, era bajita y no había desarrollado todavía". Su hermana Zoraida la escuchaba desde la segunda fila, con la mirada baja. Horas después del secuestro de Adriana, la hermana mayor llegó a la casa y su mamá le contó lo que había pasado. Zoraida se escondió en otras casas hasta que una tía paterna la refugió en Mendoza.
Los primeros días que pasaron desde el primer interrogatorio, Adriana no recibió alimentos ni pudo ir al baño. En su celda solo había papeles y cartones, donde se acostaba a dormir. Por dichos de presos comunes supo que estaba en la comisaría de Castelar y que los oficiales de guardia eran de apellido Sánchez y Sosa.
Zoraida
Adriana recuperó la libertad un mes después. Más o menos en la misma época, integrantes de la Fuerza Aérea secuestraron a su hermana en la ciudad de Mendoza y la subieron a un avión con rumbo a Buenos Aires.
-¿Querés conocer la provincia de Córdoba?- le preguntaron en pleno vuelo.
Ella no respondió y alguien le sacó la cabeza por una especie de ventanilla. “Creí que iban a matarme, a tirarme al vacío– contó con voz temblorosa-. Tanto miedo me quedó a volar que hace poco pude hacerlo sin nervios”. En el avión también la golpearon salvajemente. “Nosotros éramos cuatro hermanos y mi mamá, ayudábamos en la economía doméstica. Vivíamos de forma humilde, sin lujos. Y por como nos formamos, yo no estaba acostumbrada ni a recibir una cachetada”, contó a los jueces.
De la base aérea de El Palomar, la llevaron a la comisaría de Castelar, donde semanas antes había estado su hermana. “Prendieron el transformador y me dieron electricidad en todo el cuerpo: orejas, pezones, dientes. A los 18 años no tenía ninguna pieza dental. Era muy fuerte la intensidad de la corriente”. La patota le preguntó dónde estaban las armas, cuál era su casa operativa y por el operativo donde habían matado al cura. Ella no tenía respuesta para ninguna de esas preguntas y la patota se enfurecía y la torturaba más. La testigo aportó apodos de los represores: Juan, Gato, Turco, Jorge. Los nombres verdaderos no los supo. A alguno lo reconoció en un álbum. “Ellos tenían nuestras fotos, sabían todo de nosotros. En cambio, cuando me tocó reconocerlos en algún juzgado, siempre faltaban las fotos de muchos de ellos”.
Al igual que su hermana, Zoraida también identificó a los policías Sosa y a Sanchez. “Sosa se lamentaba y me decía que no le quedaba otra, que él había venido del Interior y que no estaba de acuerdo con lo que hacía la patota”. El imputado, de 1,90 de estatura, la escuchaba a pocos metros de ella.
“Los episodios de la noche eran los más duros. Un policía al que yo identifiqué con mayor jerarquía me obligó a hacerle sexo oral. Después ingresó a la celda y me violó”. La hija de Zoraida, de 27 años, la escuchaba desde la primera fila y con un pañuelo se secaba las lágrimas que no paraban de brotarle de los ojos. “A la noche venía el grupo de tareas y me torturaba o traía a otros compañeros y los torturaban a ellos. También venían y me violaban. La tensión durante la noche era terrible, no dormía. No sabía si iba a terminar torturada, violada o muerta”.
Sobre Sánchez, la testigo contó que la violó muchas veces. Incluso, que cuando salió en libertad muchas veces se lo cruzó en el tren Sarmiento y el hombre le hacía señas. La seguía hostigando. “Todos estos años traté de hacer un ejercicio para olvidar todo lo que me pasó, sino creo que me hubiera matado. Pero también esperé mucho tiempo para contar estas cosas. En 2008 no lo declaré en el otro juicio porque no lo estaban juzgando por delitos sexuales, no quería lastimar a mi familia pero ahora es distinto”.
“Cuando volví a mi casa, era una familia destruida. Mi mamá se la pasaba en la Plaza de Mayo buscando a los compañeros. Nosotros no teníamos para comer. Los vecinos no se arrimaban por miedo”. Días después las hermanas consiguieron trabajo en una multinacional vecina. El dueño les dijo que él era judío y sabía lo que significaba ser un perseguido político. Zoraida trabajó muchos años en esa fábrica y hasta fue delegada gremial. Zoraida y su hermana nunca dejaron de militar: “Esto para mí es una forma de vida. Desde los doce años supe que no podía salir de la pobreza, si no era transformar junto con otros compañeros, de forma colectiva”.
Tweet |