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Extracto del libro del periodista Pablo Montanaro, que recopila entrevistas y notas a referentes de Derechos Humanos y abogados, fiscales, sociólogos, familiares de desaparecidos y testigos de juicios de lesa humanidad.
"Construcción de la memoria: conversaciones sobre dictadura y genocidio" (Editorial Universitaria de la Universidad Nacional del Comahue), recopila entrevistas y notas realizadas por el periodista Pablo Montanaro a dirigentes de organismos de Derechos Humanos, abogados querellantes en juicios de lesa humanidad, fiscales, sociólogos, historiadores, familiares de desaparecidos y sobrevivientes de centros clandestinos de detención durante la última dictadura militar en nuestro paìs.
Fueron publicadas en el diario La Mañana de Neuquén entre 2008 y 2013. Durante 2012 Montanaro cubrió el segundo juicio por delitos de lesa humanidad contra represores de Neuquén y Río Negro. A continuación, un capítulo del libro basado en la entrevista a Daniel Feierstein, sociólogo.
“En Argentina hubo un genocidio que buscó la destrucción de la identidad de una sociedad"
El sociólogo Daniel Feierstein destacó la importancia de los juicios contra los responsables de la represión ilegal que se están llevando a cabo en Neuquén como en otras partes del país, porque “permite continuar trabajando sobre las marcas que nos dejó el terror” y además “como excusa para reflexionar sobre nuestro presente”.
Especialista en genocidio y actualmente Director del Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Feierstein estuvo en esta ciudad y conversó con La Mañana de Neuquén antes de la presentación de su nuevo libro “Memorias y representaciones sobre la elaboración del genocidio”, obra que es el resultado de dos décadas de investigación sobre el tema.
¿Por qué los hechos ocurridos durante la última dictadura militar constituyen un genocidio?
Rafael Lemkin desarrolla el concepto de genocidio en un libro que escribe en 1943 y se publica al año siguiente, mientras los hechos del nazismo se están desarrollando, plantea que el genocidio se constituye básicamente como la destrucción de la identidad de un pueblo, de una sociedad. El eje de un proceso genocida es la destrucción de la identidad y esa destrucción de identidad se vincula a la opresión. Lo que dice Lemkin es que lo que se busca con el genocidio es eliminar, transformar la identidad del grupo oprimido e imponer la identidad del grupo opresor. No hay ninguna duda que en el caso argentino lo que se buscó fue transformar la identidad del pueblo.
Pero también existe una mirada jurídica.
Cuando surge el concepto de genocidio como concepto jurídico en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio donde lo que se termina planteando, más allá de numerosas discusiones en Naciones Unidas que llevan más de dos años para definirlo, es que el genocidio es la destrucción total o parcial de un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Entonces hay tres interpretaciones posibles de la convención. En los tribunales argentinos han aparecido dos, uno es lo que podríamos llamar una interpretación absolutamente literal de la convención que lo que dice es cómo los grupos incluidos son los grupos nacionales, racial, étnico y religioso y no grupo político, por lo tanto aun cuando en la Argentina hubo un genocidio no se podría hacer un fallo por genocidio porque no están incluidos los grupos políticos. Una segunda interpretación plantea que el grupo político no es una buena manera de definir lo ocurrido en la Argentina en tanto lo que se buscó y llevó a cabo fue la transformación, destrucción y reorganización de un grupo nacional.
Es interesante cómo los genocidas llaman a sus prácticas, ellos dicen que lo que vinieron a hacer fue un proceso de reorganización nacional, no un proceso de reorganización política. Esto es importante tenerlo en cuenta porque lo que se buscaba era transformar a la nación.
-En cuanto a esto de las definiciones, es interesante recorrer las distintas maneras en que la sociedad fue nombrando, a lo largo del tiempo, a esa dictadura militar.
-Es muy significativo porque las palabras tienen un contenido y un significado y sobre todo saber cómo mencionaron los hechos sus propios actores. En algún sentido sabemos cuál fue la lógica de tratar de desplazar esa expresión, Proceso de Reorganización Nacional. La lógica era: no aceptemos la forma en que los perpetradores lo llamaban. Pero una cosa es no aceptarlo, no llamarlo y otra es entender lo que pretendieron hacer. Hay una expresión jurídica que dice que “a admisión de la acción relevo de prueba”. Si lo que se está discutiendo es a qué grupo se quería transformar y los propios perpetrados dicen que el Proceso de Reorganización era nacional, está muy claro cuál era el grupo nacional más allá del nombre. Y esto está en infinidad de documentos militares, quizás el más claro es el Reglamento de Operaciones Psicológicas del Ejército del año 1968 donde se describe que lo que se quiere hacer es exactamente lo que Lemkin define como genocidio. Por supuesto que no citan a Lemkin y no hablan de genocidio pero plantean que se quiere aprovechar la utilización del terror, de la angustia masiva generalizada para transformar la identidad del grupo nacional del pueblo.
-Usted afirma que la sociedad no fue ni toda víctima ni toda cómplice.
-Hay que entender los distintos niveles de involucramiento y de afección. Hay un discurso que en algún punto quiere ser exculpatorio, que funciona de dos maneras que parecen opuestas pero sin embargo producen lo mismo. Uno sería plantear que todos fuimos víctimas y el otro que todos fuimos victimarios. Para decirlo con los títulos de dos libros de Juan Bautista “Tata” Yofre: “Fuimos todos” y “Nadie fue”. Son dos maneras de no tomar en cuenta que las distintas participaciones tienen distintas características y deben ser analizadas. Si bien es cierto que toda una sociedad se ve atravesada por un genocidio, entonces todos son víctimas de un genocidio, incluso los perpetradores. En otro sentido, decir que todos son víctimas no quiere decir que son víctimas por igual, hay niveles de afectación. Lo mismo respecto a la responsabilidad, decir que cada uno aportó su grano de arena para que un genocidio fuera posible no implica que esos granos sean iguales ni deban ser tratados iguales por el derecho ni por la sociedad. No es lo mismo haber torturado que haber hecho una tarea de colaboración periodística o haber callado ante una situación que se conocía. Son todas responsabilidades que hay que asumir pero no todas se tratan igual, a nadie se lo juzga por ser cobarde mientras que torturar es la peor destrucción del lazo social y corresponde un delito.
-¿Puede compararse la dictadura argentina con el nazismo? ¿Qué tienen en común ambos genocidios?
-Hay puntos en común, acaso el más fuerte entre las dos experiencias es el intento de transformar a la sociedad a través del terror. También hay muchas diferencias en la escala, en la magnitud, un proyecto continental frente a un proyecto que es más nacional, un proyecto que se propone el aniquilamiento industrial frente a un proyecto que se propone algo más artesanal en el ejercicio de la muerte, un proyecto que tiene una articulación que es política y racista frente a un caso en que casi por primera vez el racismo no juega ningún rol. Lo más interesante en cuanto a lo común es observar el uso del terror.
-Cuando algunos sectores de la sociedad, y también del periodismo, dicen “basta de volver al pasado”, ¿qué es en definitiva lo que se está queriendo decir?
-Por un lado me parece que es una respuesta lógica pero problemática tanto en el plano social como en el plano individual con respecto a cualquier trauma. Cualquiera que ha sufrido una situación traumática no quiere hablar, porque lo vuelve a ese momento. Uno puede decir que es una reacción lógica pero absolutamente ineficaz. Para atravesar un trauma la persona afectada tiene que hablarlo y analizarlo. Lo mismo ocurre en un genocidio, es lógico que no se quiera trabajar, sin embargo es necesario y no hay modo de recomponer los lazos sociales si no se hace un trabajo profundo y permanente sobre las marcas que dejó el terror. Ahora, en el caso argentino se ha dado una resistencia importante a esta tendencia, no sólo porque continúan los juicios sino porque la mayoría de los trabajos de investigación demuestra que hay un enorme apoyo de la población a los juicios. Por ejemplo, en un trabajo analítico sobre cual era el nivel y los motivos del apoyo al gobierno en la última elección nacional, la medida que tenía mayor nivel de consenso en la población era la política de derechos humanos y la reapertura de las causas por delitos de lesa humanidad. La sociedad argentina ha sido muy resistente, si lo comparamos con otros casos, quizás el más paradigmático sea el de España donde existe un consenso social de no revolver el pasado, el discurso de no miremos para atrás.
Este texto forma parte del libro Construcción de la memoria: conversaciones sobre dictadura y genocidio, de Pablo Montanaro (Educo) y fue publicado originalmente en La Mañana de Neuquén, el 9 de septiembre de 2012.
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