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Dirigía el diario Los Andes en Mendoza, donde desde 1972 había publicado notas sobre la represión policial y los atentados de grupos parapoliciales. "Siempre me negué a ocultar información", dijo. El cautiverio de un profesional que hizo culto de la ética periodística. El exilio y la historia de un hombre que nunca volvió a ser el mismo. Su caso revivió en el "juicio a jueces", actual proceso por delitos de lesa humanidad en Mendoza.
Pocas horas después del golpe militar del 24 de marzo de 1976, el escritor y periodista Antonio Di Benedetto fue detenido por el gobierno de facto: se lo llevaron del edificio donde funcionaban Los Andes y Andino, los diarios que dirigía. Su colega, Rafael Morán había estado con él horas antes de que lo detengan. “Me están buscando”, le dijo y agregó: “se ve que están mal informados, porque fueron a lo de mi hermana y hace veinte años no vivo ahí”. A los 54 años, el escritor de obras cumbres de la literatura argentina como “Zama”, “El silenciero “y Los suicidas”, y varios libros de relatos, entre ellos “Mundo animal”, sospechaba que las fuerzas represivas lo perseguirían por sus convicciones políticas, pero jamás se imaginó terminar en una celda oscura, aislado de sus familiares y amigos.
Fue uno de los primeros detenidos en Mendoza, donde vivía y trabajaba. Figuraba en la lista de “subversivos” que distribuyeron los jefes de la represión en Cuyo. En el libro “Antonio Di Benedetto, periodista”, de Natalia Gelós, se explica que el escritor había publicado, a partir de 1972, notas sobre la represión policial y los atentados de grupos parapoliciales, fotos de presos e información acerca de procedimientos irregulares, desafiando la censura. Esa línea de conducta fue suficiente para que los represores lo “marquen” como un defensor de la guerrilla: el enemigo ideológico que, a partir de los ´70, fue el blanco del Ejército y de la Triple A.
El Ejército había iniciado una seguidilla de arremetidas contra la prensa. Primero, atacó el Sindicato de Prensa de Mendoza. Más tarde, fue por el “pez gordo” del periodismo mendocino, Los Andes. El jefe de noticias, Pedro Tránsito Lucero, también había sido detenido. Cuando los militares entraron a la redacción, Di Benedetto se descompuso y pidió que no lo sacaran por la puerta principal del diario, sobre la calle San Martín, donde la gente se agolpaba para seguir las novedades en una pizarra. Juan Carlos Schiappa de Azevedo, miembro del directorio de Los Andes, y Osvaldo Lima y el abogado de la empresa, salieron con él por la puerta trasera del edificio. Los tres hombres partieron en un auto que se dirigió al Liceo Militar General Espejo, a cargo del coronel Carlos Horacio Tragant.
Liceo Militar General Espejo.
El caso en el “Juicio a los jueces”
Su caso salió a la luz en los últimos juicios de lesa humanidad en Mendoza. Mientras lo detuvieron en el diario –según varios testigos, “él era el blanco del operativo militar”-, otros militares le allanaron la casa. Luci, su hija, y Carmen, su hermana, lo buscaron por todos lados, sin recibir respuesta. A Di Benedetto lo alojaron en un sitio apartado del resto de los presos. Según el abogado querellante Pablo Salinas, allí llevaron a los dirigentes políticos y gremiales más importantes de la región. “A los militantes de base los llevaban al D2. Y a los que consideraban de mayor rango, al Liceo Militar. Entre otros, ahí estaba Ángel Bustelo, dirigente del partido comunista que declaró en el juicio a las juntas”, contó a Infojus Noticias y comentó que, en el actual “juicios a jueces”, donde están siendo juzgados cinco ex magistrados del poder judicial –entre los que están Luis Miret y Otilio Romano-, el caso Di Benedetto reapareció en los testimonios de testigos que lo vieron en cautiverio.
Salinas sostiene que Di Benedetto fue parte de un grupo de periodistas críticos que no garantizaban a los militares la posibilidad de manejar los medios de comunicación. A él lo golpearon, lo torturaron y lo incomunicaron. “Su caso permite entender no sólo la necesidad de silenciar a la prensa, sino la de colocar alfiles para controlarla. No hacía falta ser un militante político, sólo con ser una persona honesta, éticamente correcta y con profundas convicciones morales, como lo fue Di Benedetto, para ganarse el odio de los militares”, señaló.
El cautiverio
Benedetto pasó seis meses detenido en Mendoza. Del Liceo lo trasladaron al pabellón 11 de la Penitenciaría local. El 26 de mayo de 1976 fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. En una de las audiencias del “juicio a jueces”, Pedro Tránsito Lucero, declaró que los militares se ensañaron con él: lo quemaban con cigarrillos, lo apaleaban y lo pateaban. Otros testigos dijeron que Di Benedetto no hablaba, que estaba ensimismado, pero que cuando miraba cómo torturaban a los demás, se acercaba a las víctimas y las contenía.
En una de las audiencias del juico, Lucero contó que “el teniente Ledesma solía venir a las requisas a mitad de la noche a sacarnos desnudos al patio. Recuerdo que Antonio una vez gritó ´guardia´. Ahí estaba todo el personal del ejército y dijo ´yo estoy enfermo´. Le contestaron, “morite viejo de mierda si eso es lo que queremos”.
El ex juez Miret, imputado en la Megacausa Mendoza.
En la cárcel, los presos tenían oportunidad de acceder al diario Los Andes. Formaban una ronda alrededor de quien leía en voz alta. Di Benedetto escuchaba atentamente las noticias, pero sin participar demasiado. Pudo comprobar amargamente que el matutino no había publicado nada sobre su detención. Tampoco se enteró que las nuevas autoridades del diario lo habían declarado cesante.
“El viejo puteó por primera vez con su terrible voz de bajo profundo”, dijo Fernando Rule, que fue delegado de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y compartió la celda con él. Rule también testimonió en el "Juicio a los jueces". "Di Benedetto fue un gran hombre, un gran escritor, que políticamente entendía poco sobre lo que estaba pasando. Sufrió muchísimo", agregó.
El traslado a La Plata
El Buenos Aires Herald, dirigido por Roberto Cox, fue uno de los pocos medios que publicó de manera sistemática el caso de Di Benedetto. El 19 de mayo de 1976, en el famoso almuerzo en Casa Rosada, Jorge Rafael Videla recibió a Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. Éste último entregó una lista con once nombres de personas relacionadas con la cultura que estaban desaparecidas. Entre esos nombres, estaba Di Benedetto.
El 27 de septiembre de 1976 un avión Hércules de la Fuerza Aérea Argentina trasladó un grupo de presos políticos de Mendoza a Buenos Aires. Allí estaba Di Benedetto y, a su lado, Ángel Bustelo, que más tarde narraría en un libro todo lo sucedido y se referiría al escritor como Suetonio Da Bene. “El silenciero cautivo”, se llamaría su historia. El viaje fue atroz: los obligaban a escupirse entre ellos, atados de pies y manos, y los torturaban.
Lo llevaron a la Unidad 9 de La Plata. Junto a figuras de la política mendocina, fue identificado con una cinta azul. A los marcados, les reservaban los golpes más fuertes. Los castigos se volvieron cotidianamente violentos. Le rompieron los anteojos y sufrió simulacros de fusilamiento.
-Recibí un golpe en la que cabeza que es una preocupación continua, porque desde entonces tengo la impresión de que me afectó, en gran parte, mis capacidades mentales- dijo diez años después al periodista Jorge Urien Berri en una entrevista.
“Siempre me negué a ocultar información”
En octubre del 76, Di Benedetto rompió el silencio y escribió una circular para sus conocidos. Pedía que le llevaran libros que respetaran las indicaciones de los militares: ni pornográficos, ni políticos, ni con dedicatoria. En la circular, defendía su inocencia, pedía que tuvieran confianza en él y mostraba perplejidad ante “esa realidad que le tocaba vivir”. Ante los que lo señalaban como un emisario del ERP o de Montoneros, aclaró que la detención podía haber sido porque, como periodista, “siempre me negué a ocultar información”. En la cárcel, además, había vuelto a escribir. Aunque le destruían los papeles, logró narrar el libro de cuentos “Absurdos”, que luego se publicaría en Barcelona.
La presión internacional para lograr la liberación hizo que los militares revisaran su situación. El 26 de agosto de 1977, mediante un comunicado, el Poder Ejecutivo informó que había dejado sin efecto su detención. Di Benedetto fue el primer caso de un escritor liberado. Al salir de la cárcel, quienes lo conocieron dirían que siguió de algún modo en el encierro. Su matrimonio estaba terminado, su cargo en el diario Los Andes se había esfumado y Mendoza ya no era un lugar habitable para él. Se fue a vivir a Buenos Aires antes de exiliarse. Quiso saber por qué lo habían detenido y consiguió entrevistas en oficinas del Ejército y del Ministerio del Interior. En cada lugar le dijeron que no preguntara, que dejara todo atrás, que agradeciera que estaba vivo. Le mostraron las cartas de apoyo que había recibido del exterior: “No sabíamos que eras tan famoso”, le dijeron.
En diciembre de 1977, el escritor mendocino decidió irse del país. Viajó a París, donde daría clases de literatura hispanoamericana. Allí se haría amigo de Juan José Saer. En el recorrido europeo, pasó también un tiempo en Alemania, donde se frecuentaría con Osvaldo Bayer. Luego, se radicó en Madrid, donde volvió a ejercer el periodismo y escribió ficción. El 23 de marzo de 1984, volvió a la Argentina. Se reencontraría con su hija, a quien no había visto por ocho años. Hasta su muerte, "fueron dos años y medio de no hallarse, de quejarse, de tratar de hacer de la nada una vida nueva. Estuvo a punto de lograrlo", dijo su biógrafa, Natalia Gelós. El 10 de octubre de 1986, murió en una cama de hospital, luego de una agonía tan larga como la espera de su Don Diego en “Zama”.
“Si bien se me devolvió la vida libre, mi situación moral y mi aptitud para el trabajo, con el rendimiento normal anterior a esos hechos, estaba totalmente averiada y desquiciada” confesaría en un programa televisivo, ya recuperada la democracia.
Allí, también, se refirió al periodismo cómplice: “Sé que ha habido defecciones en el periodismo, por su cobardía y por su silencio frente a la dictadura militar”. Y cerró: “Los que me quitaron la libertad, el castigo lo tendrán no sé dónde. Por lo menos, en la decadencia de su nombre”.
El caso de Di Benedetto había quedado oculto entre los expedientes de la represión. Pero su caso apareció en los archivos de la Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA), que conserva la Comisión Provincial por la Memoria. Ahora, en los juicios de lesa humanidad en Mendoza, el castigo está llevando un nombre: el de los represores y sus cómplices, que lo secuestraron ilegalmente, lo detuvieron, lo torturaron, le quitaron su trabajo y le arruinaron la vida. Como a los 84 trabajadores de prensa desaparecidos y a los 17 que fueron asesinados por la última dictadura cívico militar.
JMM/LC
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